miércoles, 7 de marzo de 2018

Adiós, amiga

Acaba de morir mi amiga Loli, una de las mujeres a las que más he querido en esta vida. Loli no era una actriz, ni una cantante, ni una escritora. Ninguna de esas mujeres de las que suelo escribir aquí habitualmente. Y sin embargo, no hace falta ser nada de eso para ser una estrella. Hay mujeres que, se dediquen a lo que se dediquen, llevan una luz muy potente en su interior que las convierte de inmediato en estrellas. No es difícil descubrirlas cuando vas caminando por la calle, cuando tomas una copa en un bar, cuando pasan por tu lado y te sonríen con complicidad. Yo tuve la suerte de conocer a Loli desde muy pequeño porque ella ya era amiga de mis padres cuando ni ella ni su marido, ni siquiera mis padres, se habían casado. Mi madre siempre me cuenta que de jóvenes, por las calles de Mieres, la gente se volvía para mirarla cuando salían al cine o a tomar algo y se ponía un abrigo rojo que contrastaba con su pelo rubio, homenaje a Marilyn, por supuesto, a quien adoraba. Las estrellas nacen y luego, con toda la naturalidad del mundo, se van haciendo. Un poco de Marilyn, un poco de Sara (Montiel), un poco de Catherine (Deneuve). En los últimos tiempos, sobre todo Catherine. Así era ella, mi amiga, tan cinéfila, por otro lado. Está claro que los diferentes estamos abocados a encontrarnos. Por eso, ya siendo adulto, nos hicimos amigos, al margen de la amistad que mis padres seguían conservando con ella y con su marido. Evidentemente, no éramos la señora Robinson ni el pipiolo de Dustin Hoffman. No había lugar para eso, ya se hacen cargo. Éramos dos seres (en una sala de cine, en una barra de bar) aunando diferencias, distanciándonos de las mentes estrechas que hay en todas partes y, sobremanera, en ciudades pequeñas. Yo la quería como se quiere a una amiga con mucho sentido del humor que, sin necesidad de aspavientos ni palabras ampulosas, te demuestra que la libertad es más poderosa que cualquier chascarrillo, digan lo que digan los demás. Sólo tenemos una vida y ella supo exprimirla al máximo, dentro de las posibilidades que a todos nos van cercando. Loli se ponía un mono de lentejuelas para despedir el año y luego se podía poner ese mismo mono de lentejuelas para ir a comprar el pan. ¿Quién dijo que el glamour lo marca el calendario?
Hablamos por última vez el día antes de marchar a Sevilla. Me llamó para preguntarme cómo iban las cosas, como solía hacer a menudo. Nos reímos de tonterías. Volvimos a mencionar nuestra añoranza por los cines desaparecidos de esta ciudad y la mediocridad tan grande en la que se está convirtiendo todo esto. Nos propuso, como hacía tantas otras veces, tomar unos vinos ese fin de semana. Le dije que nos íbamos a Sevilla, que mi hermana nos había regalado ese viaje. A la vuelta, entonces, dijimos. Ya no hubo ocasión. 
Será duro caminar por estas calles sin su presencia. Como lo es reconocer lo solos que nos vamos quedando. 

1 comentario:

  1. Lo siento mucho, Ovidio. Un abrazo fuerte para tus padres también. que la tierra ñle sea leve.

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