martes, 24 de octubre de 2017

Día de las bibliotecas

Resplandores de sol o de nieve que se filtran por las ventanas y consiguen alcanzar parte de los libros que abarrotan las numerosas estanterías. Allí, en uno de esos pasillos o sentado a una de las mesas, rodeado de gente o con la única compañía de los protagonistas del libro que estoy leyendo o escribiendo, estoy yo. Tengo quince años y tengo cuarenta y seis años, mi edad actual. Y tengo todos los años que van entre una edad y otra. Recuerdo eso y recuerdo también el camino que va de mi casa (de la casa de mis padres, de la nuestra) hasta la biblioteca. Esa distancia está llena de ansia, de expectación, de cierto nerviosismo (no importa la edad). Encontraré el libro que ando buscando o encontraré otro, eso da igual. Siempre regresaré con un botín a cuestas. Siempre regresaré con algún apunte en el cuaderno. He encontrado la paz en algunos lugares del mundo. No es cuestión de enumerarlos ahora. Y sigo haciéndolo, muy a menudo, cuando regreso a cualquiera de esas bibliotecas que son parte de mi itinerario. Paraísos imprescindibles donde todo se queda a un lado y donde todo regresa a su sitio. 
Silencio, silencio. 

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