miércoles, 18 de octubre de 2017

Arde la tierra

Mi madre es gallega. Mi padre, asturiano. Y ambas tierras, tras los incendios, han quedado devastadas en numerosos lugares. Qué extraña sensación produce ver esas imágenes. Qué tristeza. Y qué impotencia. Pocas cosas pueden definir mejor la desolación que un paisaje arrasado por el fuego. Ese fuego que se eleva contra el cielo, que brama, que se expande, que no cesa. Rojo, amarillo, anaranjado. Violentísimo. También el rostro de la gente acongoja, ese pueblo indefenso. El reflejo en esos rostros del dolor, de la angustia, del enfado, del cansancio, de la impotencia (otra vez). Esa gente, acongojada, que somos nosotros mismos. Gallegos, asturianos, o de cualquier otra parte. Impotentes. Minúsculos. Insignificantes ante una tragedia de tal magnitud. Como si nuestras manos estuviesen atadas, una vez más

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