martes, 24 de octubre de 2017

Día de las bibliotecas

Resplandores de sol o de nieve que se filtran por las ventanas y consiguen alcanzar parte de los libros que abarrotan las numerosas estanterías. Allí, en uno de esos pasillos o sentado a una de las mesas, rodeado de gente o con la única compañía de los protagonistas del libro que estoy leyendo o escribiendo, estoy yo. Tengo quince años y tengo cuarenta y seis años, mi edad actual. Y tengo todos los años que van entre una edad y otra. Recuerdo eso y recuerdo también el camino que va de mi casa (de la casa de mis padres, de la nuestra) hasta la biblioteca. Esa distancia está llena de ansia, de expectación, de cierto nerviosismo (no importa la edad). Encontraré el libro que ando buscando o encontraré otro, eso da igual. Siempre regresaré con un botín a cuestas. Siempre regresaré con algún apunte en el cuaderno. He encontrado la paz en algunos lugares del mundo. No es cuestión de enumerarlos ahora. Y sigo haciéndolo, muy a menudo, cuando regreso a cualquiera de esas bibliotecas que son parte de mi itinerario. Paraísos imprescindibles donde todo se queda a un lado y donde todo regresa a su sitio. 
Silencio, silencio. 

lunes, 23 de octubre de 2017

La fotografía de Jacki

La fotografía es impactante. Al principio, se creía que era una perra huyendo del fuego que asoló hace unos días buena parte del norte del país, aún asustada, con su cría calcinada agarrada delicadamente con los dientes. Luego se supo que era un perro, Jacki, que transportaba animales a un lugar donde no había llegado el fuego para enterrarlos. Sigue siendo una imagen impactante y muy emotiva, porque en ella está captada la verdadera esencia de los animales. Su nobleza. Su valentía. Sus sentimientos. Todo eso consigue transmitir la fotografía. La incomprensión y el miedo de un pobre animal por lo sucedido. Y por encima de esa incomprensión y de ese miedo, la fuerza de la naturaleza: un perro aferrado a los de su especie que fueron destrozados por las llamas, convertidos ya en una suerte de troncos que pronto se convertirán en añicos. 
Hacía tiempo que no me conmovía tanto una imagen. Sigue haciéndolo, pasados ya unos cuantos días. La vida siempre es más poderosa que todo lo demás. Incluso más que el fuego. 
Si estuviésemos en América, ese fotógrafo (Salvador Sas) se llevaría un Pulitzer. 

jueves, 19 de octubre de 2017

También esto pasará (luchando contra el cáncer)

Este artículo fue publicado en El Huffington Post

El pasado quince de junio, dos días después de cumplir sesenta y ocho años, a mi madre le confirmaron que padecía cáncer de mama. Fue a primera hora de la mañana. Íbamos los dos caminando por el Campo San Francisco, ese espacio verde que divide la ciudad en dos partes, cuando sonó mi teléfono. ¿Es usted familiar de Nuria Álvarez? Sí, soy su hijo, respondí. Cuando aquella mujer confirmó la peor de las previsiones, nos abrazamos, nos echamos a llorar. Y permanecimos así durante un buen rato, incapaces de avanzar, de conseguir que nuestros pies se moviesen. Como si alguien los hubiese pegado al suelo con un producto altamente eficaz. Empezó a lloviznar y, al fin, temblorosos, cogidos del brazo, comenzamos a caminar. Lo hicimos en silencio, sintiendo los acelerados latidos de nuestros corazones, la presión en el pecho. ¿Qué nos esperaba a partir de ese momento? Lo primero, la operación. Después, los tratamientos. Les llamarán en breve, dijo aquella mujer con amabilidad. Cada vez que sonaba el teléfono, un sobresalto. Ninguna llamada importaba más que aquella. Que llegase lo antes posible. Fue un verano duro, extraño, interminable. Un verano para olvidar, ciertamente. La familia intentábamos que mi madre no pensase en ello. Salir de casa, caminar (caminar mucho), tomar algo en una terraza, comer en un restaurante, ir al cine o al teatro... Cualquier cosa era válida para distraerla, para distraernos. Y cuando pensábamos en ello, decíamos que todo iba a salir bien. ¿Por qué no? Lo han detectado a tiempo, decíamos. Y era cierto, aunque la angustia nos removiese por dentro. Supongo que era algo inevitable. Supongo que a todo el mundo en esas circunstancias le sucede lo mismo. Aquella era nuestra primera vez. Cáncer, esa palabra que considero que hay que pronunciar aunque sea tan fea como su significado. Ya estábamos inmersos en la batalla. Cada gesto, cada palabra, cada abrazo, cada beso: todo forma parte de la batalla. Mi madre estuvo arropada en todo momento: por su marido, por sus hijos, por su yerno. Volvió a sonar el teléfono. La operación se realizaría el veinticinco de agosto. Ese día hubo miedo pero no hubo lágrimas. Era uno de esos días que uno desea fervientemente que lleguen cuanto antes, y ya estaba fijado en el calendario de los médicos. Hubo muchos días de hospital previos: pruebas, revisiones, biopsias, más pruebas... Todo fue mucho más llevadero gracias al sentido del humor (que nunca falta en mi familia, y si no aparece, se inventa) y al exquisito tratamiento de todo el personal hospitalario. A todo, insisto. Nunca hubo un mal gesto por su parte, sino todo lo contrario: palabras dulces, gestos cómplices, cariño no impostado. Todo salió bien. Mi madre, pese a la fragilidad, se está recuperando. Resiste bien los tratamientos. Es fuerte. Es valiente. Está guapa. Vive cada momento con intensidad. La vida se abre paso entre la maleza, cada día. 
Hoy, diecinueve de octubre, se celebra el Día Mundial contra el cáncer de mama. Por eso, entre otras cosas, escribo esto.  Habrá lazos de color rosa y todos esos símbolos que están muy bien, pero siempre que haya detrás medios para que cada mujer viva su enfermedad con dignidad, creyendo que eso no es el final sino un peaje más de esta vida llena de peajes. Que haya lazos de color rosa, vale, pero que no haya recortes. De ningún tipo. Con un gobierno o con otro. Que haya dinero para revisiones anuales. Que cada enferma tenga el derecho y todos los medios a su alcance para curarse. Que haya presupuesto para investigar. Que haya palabras amables y grandes profesionales que las sigan pronunciando.
Que todo esto no sea más que un paréntesis. En la vida de mi madre y en la de cada mujer que le toque enfrentarse a esta dura batalla. 
Que regresen otros veranos. Los aguardamos, impacientes. 

miércoles, 18 de octubre de 2017

Arde la tierra

Mi madre es gallega. Mi padre, asturiano. Y ambas tierras, tras los incendios, han quedado devastadas en numerosos lugares. Qué extraña sensación produce ver esas imágenes. Qué tristeza. Y qué impotencia. Pocas cosas pueden definir mejor la desolación que un paisaje arrasado por el fuego. Ese fuego que se eleva contra el cielo, que brama, que se expande, que no cesa. Rojo, amarillo, anaranjado. Violentísimo. También el rostro de la gente acongoja, ese pueblo indefenso. El reflejo en esos rostros del dolor, de la angustia, del enfado, del cansancio, de la impotencia (otra vez). Esa gente, acongojada, que somos nosotros mismos. Gallegos, asturianos, o de cualquier otra parte. Impotentes. Minúsculos. Insignificantes ante una tragedia de tal magnitud. Como si nuestras manos estuviesen atadas, una vez más

sábado, 14 de octubre de 2017

Otro cumpleaños

Hoy cumplo 46 años. Nací en el Centro Materno del antiguo HUCA (ahora abandonado). El otro día casualmente pasé por allí, le hice una foto y por un instante pude ver a mi madre aquel día -tan joven, tan guapa, tan ilusionada: así aparecía en las fotografías que descubriría más tarde- detrás de una de esas ventanas. Un largo recorrido nos trajo hasta aquí, a los dos, con cientos de risas y algunos que otros quebraderos de cabeza. Como es cierto que la edad lo relativiza todo y que, llegados a este punto, según dicen, las cosas se ven de otra manera (más serena, más sosegada), puedo apuntar que las circunstancias no están del todo mal. Las personas que quiero y que me quieren están vivas y están a mi lado. Eso, hoy, es lo que considero más importante. Lo demás, todo lo demás (aunque importe), se queda en un segundo plano, discretamente.  

viernes, 13 de octubre de 2017

Una mañana de octubre

Miro el reloj. Son las diez menos cuarto de una mañana festiva de octubre. Luce el sol y hace frío. Sin embargo, a las mesas de la terraza donde me encuentro llegan los rayos de ese sol y estar ahí sentado resulta agradable. No estoy esperando a nadie: sólo tomo un café (descafeinado) y descanso después de más de una hora de paseo. Hay algo en esos paseos que ya los ha convertido en imprescindibles, haga frío o calor. Una especie de evasión. Saco el cuaderno, lo pongo sobre la mesa, pero no apunto nada. Observo. No es una calle muy transitada. Al abrir la bolsa, veo el paquete de tabaco, me apetece fumar un cigarrillo pero me contengo. De repente, de la mesa de al lado me llega el (delicioso) olor de un cigarrillo rubio que alguien está fumando. Es una mujer, entre 50 y 60 años. Puedo fijarme en ella porque ella no se fija en nadie. Mira al frente, con los ojos un tanto nebulosos, perdidos. Apenas se mueve. Como si estuviera un tanto abotargada. Me doy cuenta de que en su mesa hay una copa de Martini rojo. Sus manos sólo se estiran para fumar (largas caladas) y para beber pequeños sorbos de su copa. Supongo que a esa mujer entre 50 y 60 años ya no le interesan demasiado los paseos. Me pregunto, como siempre en estos casos, los motivos por los que alguien se está tomando una copa antes de las diez de la mañana (el camarero le sirve otra, sin decir nada). La imaginación va a su aire. Posibles apuntes para el cuaderno. Es cierto que en numerosas ocasiones existen suficientes motivos para beber a cualquier hora. Sin embargo, cada vida es un misterio. Y de los motivos, una vez más, se encargará la imaginación. Cuando corresponda. 
Termino el café, recojo el cuaderno y continúo con el paseo (estoy bastante lejos de casa). Siento las piernas cansadas, pero eso, curiosamente, hace que me sienta bien.  

jueves, 12 de octubre de 2017

Parpadeos

Cuando se publicó 'Parpadeos', de Eloy Tizón, yo estaba trabajando en la librería Aldebarán. Lo fui leyendo poco a poco, en la propia librería o en mi casa. Con esa lentitud con la que uno lee los libros que no quieren que se acaben nunca. Aquellos relatos me deslumbraron. ¡Cuánta maestría en apenas 140 páginas! Me compré el libro, naturalmente. 
Hace dos años, cuando cambiamos de casa, se perdieron varios libros en la mudanza. Aún hoy desconozco los motivos de esas pérdidas. 'Parpadeos' fue uno de ellos. El libro está descatalogado, y por más que lo busqué en numerosas librerías de segunda mano nunca lo encontré. En las librerías de venta online siempre tenía unos precios desbordantes, que no digo yo que no lo valga el libro pero resultaban inalcanzables para mi bolsillo. El otro día lo encontré online por un precio alto pero razonable. Y adelantándose a mi cumpleaños, Íñigo me lo acaba de regalar. Lo leeré de nuevo lentamente. Y si algún día cambiamos de nuevo de casa, que nunca se sabe, lo pondré a buen recaudo. 

sábado, 7 de octubre de 2017

Cisnes

Aunque es un lugar bastante transitado, más aún desde que Mafalda se sentó en uno de los bancos que están enfrente, el estanque del Campo San Francisco es uno de esos lugares dentro de la ciudad donde a veces uno va en busca de unos minutos de sosiego, de silencio, de tranquilidad. Te alejas un poco de la entrañable Mafalda, por aquello de las fotos y el trasiego de gente, y tienes la sensación de estar durante unos minutos alejado de los problemas, las decepciones, las dificultades del día a día, que nunca son pocas. Allí, donde el rumor del viento que mece las hojas y el del agua son los únicos sonidos posibles, contemplas la elegante manera en la que los cisnes se deslizan por el estanque. Ese rumor, el del viento y el del agua, y esa visión, la de los cisnes, contribuyen a esos instantes de retiro que andabas buscando. Ahí se detiene todo. También el tiempo. La belleza siempre es más poderosa que cualquier quebradero de cabeza. La belleza le sigue ganando la batalla a tanta fealdad, a tanto griterío, a tanto despropósito. Esto es una verdad, aunque sea una verdad que dure sólo un rato. Ese rato que tanto necesitabas. Y que puede durar, por recordar a Lorca, un minuto o un siglo. 
Leo en el periódico que han llegado nuevos cisnes, dos negros y ocho blancos. Habrá que ir a verlos. 

viernes, 6 de octubre de 2017

Bette Davis, 28 años después

El paso de Bette Davis por el Festival de cine de San Sebastián (pocos días antes de morir) para recoger el Premio Donostia fua casi tan antológico como su paso por el cine. Fue la primera mujer en recibirlo. A duras penas podía mantenerse en pie y la extrema fragilidad se notaba en cada uno de sus movimientos, pero a través de su inconfundible mirada y su aún más inconfundible actitud demostró lo que era: una de las más grandes. Esos días están muy bien contados por Diego Galán en su libro 'Jack Lemmon nunca cenó aquí'. 
Hoy se cumplen 28 años de su muerte, en París, donde viajó después de su estancia en San Sebastián. Siempre pienso que aquel premio recibido a escasos días de su muerte fue un maravilloso y muy merecido homenaje a su impresionante carrera. Por desgracia, no todas esas figuras inolvidables pueden decir lo mismo. 
Han pasado 28 años, y sigo recordándola. Como aquel adolescente ansioso de conocimiento que la descubría por primera vez. Y que, en el fondo, a pesar de tantas cosas, algunas veces creo que es lo que sigo siendo. 

jueves, 5 de octubre de 2017

Margaret Atwood

Ishiguro es un buen escritor y 'Lo que queda del día' es una obra sobresaliente. Bien. Margaret Atwood es una grandísima escritora, más allá de 'El cuento de la criada' (tan de moda, y con buenas razones para ello), que es una buena y original novela pero no la mejor de las que ha escrito. 'El asesino ciego' y ' Ojo de gato' son obras mayores. Y los cuentos de Atwood, donde muestra sus preocupaciones básicas -la posición de la mujer en el mundo, el feminismo, la ecología, etcétera...-, resisten maravillosamente el paso del tiempo. Obras como 'Resurgir', 'Doña Oráculo' o 'Desorden moral' (aparentemente menor, pero no), merecían ese Nobel para que, al menos aquí, fuesen reeditadas. 
Ah, los premios. 
Al menos, hace unos años, recibió el Príncipe de las Letras. Eso nos consuela. 

lunes, 2 de octubre de 2017

El testamento de Rosa

'El testamento de Rosa'. Impresionante documental dirigido por Agustí Villaronga. La actriz Rosa Novell, ya ciega como consecuencia del cáncer que padecía, repasa el texto de Colm Tóibín que no pudo llegar a representar sobre las tablas, 'El testamento de María'. Los gestos, los ojos, el movimiento de las manos, las arrugas, la modulación de la voz... La luz del día y la oscuridad en la que vive. Las sombras que acogen más que destruyen. La actriz que sigue ahí, majestuosa, pese a lo que está viviendo. Todo ello, pese a lo tremendo de la enfermedad, es de una lucidez y una belleza impresionantes. Y cerca, muy cerca, la mano de su compañero, el escritor Eduardo Mendoza. Esa mano silenciosa, cómplice. 
Son cuarenta y seis minutos (en blanco y negro) donde la vida y la muerte parecen aliarse en una especie de serenidad que abrasa.