jueves, 20 de abril de 2017

De libros y libreros

Cuando entro en una librería, lo que viene siendo muy a menudo, me dan ganas de organizar, colocar lo que considero que no está en el sitio que le correspondeatender a la gente. En fin, maniobras y vicios del que no se ha desprendido aún del oficio. A veces, sinceramente, lo que siento son ganas de ponerme a gritar. El otro día, sin ir más lejos. A mi lado, una mujer de unos 40 años le preguntaba al dependiente (que no librero) por un libro para regalar a una amiga. El tipo, medio aturdido, le dice, bueno, tiene los de Isabel Allende... ¡Isabel Allende, por el amor de Dios! Si ni siquiera tiene libro nuevo... Una escritora para una mujer (¿por qué no Eloy Tizón, Richard Ford, Ignacio Ferrando o Thomas Bernhard?): los niños con los niños y las niñas con las niñas (apostaría un euro -sin temor a perderlo- a que si hubiese sido un hombre el que pidiera recomendación para un regalo a un amigo le enjaretaba a Pérez Reverte). De lo que hay que tratar de informarse si eres un librero decente es del nivel de lectura que tiene la persona a la que se va a regalar el libro en cuestión, vamos digo yo. Y ya puestos, por recomendar a escritoras (cosa que yo muchas veces hacía, independientemente del sexo de la persona a la que iba destinado el regalo), ¿por qué no Matute, Laforet, Lindo, Puértolas, Fernández Cubas, Ginzburg, Atwood o Berlin? Pues supongo que porque el dependiente (que no librero) tendría tanta idea de la obra de estas señoras como yo de equipos de fútbol. O sea, ni puta idea. El caso es que, por primera vez en mucho tiempo, a pesar de llevar siete años intentando buscar trabajo como librero en esta ciudad (sin éxito alguno)no me dieron ganas de gritar ni de ponerme de mal humor al contemplar esta ridícula escena. Salí de allí con una sonrisa y con una extraña paz. Convencido de que el que está perdido es el mundo y no yo, que tengo mis cosas pero todavía sé distinguir determinados caminos. 

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