lunes, 9 de enero de 2017

John Berger, una aproximación

Este artículo fue publicado en la revista LaEscena

Voces, silencios, rasguños. Gente que pasa fatigas, que danza frente al fuego o que agarra una vieja maleta heredada para irse a la ciudad. Gente que bebe vino y come naranjas y que se sigue amando, y gente que, aún perdida la ilusión, intenta conservar como un desafío la dignidad. Ahí está, otra palabra clave de la obra de John Berger: dignidad. Voces, silencios, rasguños y dignidad. Si hubiese que resumir su obra con el tamaño de una bolsa, ésas serían las palabras más adecuadas. Luego vendrían palabras más ampulosas: poeta, novelista, autor de libros inclasificables, crítico de arte, pintor, guionista... Pero la esencia de su inmensa literatura está en aquellas otras cuatro: Voces, silencios, rasguños, dignidad. Cuatro palabras en las que, bien mirado, cabe todo lo que un escritor decente quiere expresar. Desde ahí, se pueden construir todas las historias, atravesar todos los puentes, tender todas las manos, observar los tejados y los cielos de la ciudad desde la que se escribe y todas las ciudades del mundo donde, desde un simple mercadillo, se pudo analizar el comportamiento de los hombres sencillos, de las mujeres que vendían pimentón dulce o picante, o de los niños que correteaban por las plazas sombrías, ajenos aún a las pérdidas, a la lucha, a los peligros, a la intemperie. Ajenos aún a ese devenir del tiempo que convierte la piel suave en piel rugosa y surcada de arrugas, la inocencia en conocimiento, la viveza de unos ojos brillantes en ojos sabios y, finalmente, cansados. 
Se ha muerto John Berger. Tenía 90 años. Nos queda su extensa obra. Y esa fotografía, tomada en su estudio en octubre del año pasado, donde un anciano hermoso aparece rodeado de luz, lápices, cuadernos y libros. Y a su espaldas, el jardín, donde la vida se desparrama a su aire, como siempre. Independientemente del oficio de cada uno, creo que ese hombre de 90 años que aún mira con viveza e inquietud a la cámara es el hombre al que muchos nos gustaría parecernos cuando vayamos haciéndonos viejos. 

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