domingo, 18 de diciembre de 2016

Salchichón

Estábamos en Madrid. Como al día siguiente era el cumpleaños de Íñigo, habíamos decidido guardar todo el dinero posible para comer o cenar en un sitio agradable. Por eso, aquel día previo planeamos comprar algunas cosas en un supermercado y comerlas en un banco, al sol. Pese a estar en octubre, la temperatura era casi veraniega. Compramos algunas cosas, entre ellas salchichón, y nos sentamos en la Plaza Pedro Zerolo. Era un mediodía tranquilo, silencioso. El sol calentaba nuestras pieles. El pan estaba crujiente, recién hecho. El salchichón, delicioso. Aunque nos encanta, rara vez lo compramos (el colesterol, la dieta, todo eso). Acabo de merendar un pequeño bocadillo de salchichón, un día es un día (y más aún, si ese día es domingo), y, de repente, al hacerlo, recordé aquel mediodía soleado. Cansados y hambrientos después de llevar toda la mañana recorriendo la ciudad, pero felices por estar allí. El viaje era nuestro regalo de cumpleaños. El recuerdo de aquel momento es otro regalo inesperado en esta tarde tristona y un poco tonta de domingo, previa a tantas celebraciones. 

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