viernes, 30 de diciembre de 2016

Adiós, 2016, adiós

La última luz de la tarde refleja lo que deseamos y también lo que no deseamos. A través del cristal de la copa de vino, contemplo parte del mundo que me interesa. El resto está en los libros y en los mapas. En los cuadernos de tapas duras aún por escribir y en el olor de los teatros. El 2016 está agonizando y queda la serenidad (y el cansancio) que viene después de haber sobrevivido a doce meses muy complicados. El 2016 está agonizando y, por mi parte, está bien que así sea. De nada sirve pedir cosas porque las cosas, si vienen, lo hacen a su antojo. El mundo fluye a su modo, libremente. Y quienes manejan las riendas del asunto, también. 
Si pudiese elegir un lugar donde pasar esta Nochevieja, ese lugar sería San Francisco. Aún recuerdo su olor, la tranquilidad de muchas de sus calles y el cielo que se divisaba desde aquella habitación de hotel que tenía la cama más grande donde hemos dormido. Cenar en un sitio tranquilo y regresar a aquella habitación para contemplar el cielo hasta que, con el amanecer, fuese cambiando poco a poco de color. Y caer, entonces, rendidos por el sueño. 
Empezar un año es como abrir una puerta desconocida. Nadie sabe lo que puede haber al otro lado. Sólo queda confiar en que la luz que proceda de ahí nos sea propicia. Confiemos, pues.  

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