miércoles, 30 de noviembre de 2016

El sol de noviembre

El sol de las doce del mediodía está ahí, sobre nosotros, calentando las pieles. Sí, por la mañana hacía mucho frío, pero a esta hora, las doce, las cosas han cambiado y donde hay sol puede uno estar sentado sin necesidad de abrochar todos los botones del abrigo ni de arrimar la bufanda a la boca. Ahí estamos, mi madre y yo, en una terraza, delante de dos infusiones, bajo esa luz que nos hace olvidar momentáneamente lo crudo que, a diferencia de los últimos años, está siendo este mes de noviembre. La gente pasa por delante, saludamos a la que conocemos, algunas personas se interesan por su estado de salud. Bien, bien, dice ella, casi en un susurro. Bien, sí, aunque el susto no haya desaparecido por completo. Los paseos vuelven a ser, poco a poco, más largos. Y todo va recuperando su normalidad. 
Aunque, desde entonces, sólo hay una certeza, sólo una: estamos aquí, ahora mismo. Y el tiempo, como esos rayos de sol que calientan y hacen olvidar este crudo noviembre, se detiene durante esos instantes. Y somos conscientes -ahora más que nunca- de que es lo único que importa. 

viernes, 25 de noviembre de 2016

Ante el 25 de noviembre

La educación. Sobre todo, la educación. En casa, primero, y en el colegio, después. (No conviene olvidar este orden). Y el respeto por la persona que tienes al lado. Luego vendrán otros valores. Si no tienes capacidad o ganas para eso -educar en la tolerancia y el respeto: firmemente- casi mejor que no tengas hijos ni que te dediques a la enseñanza. No estamos ante ninguna broma. Ahí sigue, cada día, el machismo asesinando a miles de mujeres en todo el mundo. Para qué detenernos en un caso concreto: todos son igual de espeluznantes y todos están en nuestra memoria. Arrebatarle la vida a una mujer es la manera más rastrera de definirse. Hay hombres que continúan definiéndose así. La sociedad entera debemos estar alerta y posicionarnos. Denunciar, si llega el caso o somos testigos de la barbarie. Sin embargo, arrimando el hombro cada 25 de noviembre y todos los demás días (¡faltaría más!), creo que son los gobiernos los que deben actuar de manera implacable y sin contemplaciones. En nuestras manos está la solidaridad, la capacidad de acción y la voz para quedarnos sin ella de tanto alzarla. En las suyas, están las leyes, que deben mostrarse implacables y sin contemplaciones (insisto) contra los miserables que arrebatan las vidas de las mujeres. 
Pasan los años (he conocido a unas cuantas víctimas de esta atrocidad, he escrito mucho sobre ello) y el tema me sigue impactando y doliendo del mismo modo. Por eso estaré hoy en el balcón del Ayuntamiento, junto a otras personas, para volver a alzar la voz. Es un gesto, sí. Pero los gestos son muy necesarios. (Si Rosa Parks no hubiese tenido la valentía de sentarse en la parte del autobús destinada a las personas blancas, tal vez la historia de los derechos civiles no hubiese sido la misma). Porque los verdaderos gestos llevan implícito el posicionamiento y la palabra. Esas dos cosas que nos siguen diferenciando de las bestias. 

sábado, 19 de noviembre de 2016

Encuentro

Tan alta, tan guapa, tan negra, Asmaan camina por las calles de esta ciudad desafiando al tiempo y a los tiempos. Me la encuentro, a media mañana, en el centro. Hoy no llueve, tampoco hace frío. ¿Tomamos un café?, pregunta. Vale. Hablamos de esas inclemencias: de los malos trabajos, de la ausencia de trabajo, del desgaste que todo eso acumula. De toda esta comedia (drama, más bien, pero hoy estamos de buen humor, dejémoslo ahí) que ha alcanzado su punto más álgido -de momento- con la llegada de Trump al poder. Asmaan habla y yo la miro porque es imposible no mirarla: de cerca, es aún más bella que en las fotos. Y la escucho, claro (porque, aparte de ser muy bella, es una mujer inteligente, con mundo, con sabiduría, con mucha experiencia a sus espaldas): pese al matiz de tristeza que se va apoderando de la conversación, los dos sabemos que no queda otra opción que seguir adelante. Y seguimos. Y, ya en la calle, nos besamos (ah, la suavidad de esa piel) y nos despedimos. Y caminando en direcciones contrarias, me doy la vuelta y observo su figura imponente, la melena rizada balanceándose, el paso decidido, y pienso en lo afortunado que soy por tener amigas así.   

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Hartazgo

Sinceramente, escribimos aquí de las cosas que nos gustan. De libros, de actrices, de escritores, de cantantes... De cosas que nos desvelan. De cosas personales. Por aquí va y viene un reflejo de nuestras propias vidas, gustos y aspiraciones. Esto es así. Y está bien que así sea. Por eso hoy, más allá de los problemas que cada uno podamos tener (y que, seguramente, no son pocos), quiero constatar (porque sí, me desvela) el mundo de mierda en el que vivimos. Un mundo que permite que una anciana muera porque no tiene para pagar la luz es realmente eso, un mundo de mierda. No hay libro, actriz, escritor o cantante que hoy aparte de mí esa imagen. Un mundo en el que otra mujer revuelve entre la basura que acabo de depositar en el cubo (¡cuántas veces lo hemos visto!) es también un mundo de mierda. Y lo más triste de todo es que esa mujer y la otra podemos ser cualquiera de nosotros mañana mismo. Por muy confortables que algunas personas se sientan hoy en sus acomodadas poltronas.

lunes, 14 de noviembre de 2016

Pizzas

Los dos tenían resaca. Era domingo por la tarde y decidieron pedir una pizza. Bacon, champiñones, cebolla y extra que queso. Hacía tiempo que llevaban vidas separadas. Como los tiempos no estaban para tirar cohetes, seguían compartiendo piso por los gastos. Se llevaban bien, aunque su  matrimonio estaba roto. Su única hija, Alicia, llevaba dos años viviendo en Londres. Él salía con una compañera de trabajo y ella, con su profesor de yoga. Tanto la compañera de trabajo como el profesor, qué curioso, eran cubanos. La pizza estaba buena, tal vez un poco fría. La acompañaron con un par de cervezas. Después fumaron un cigarrillo y tomaron otras dos cervezas. Aquello le estaba sentando bien a sus respectivas resacas. Él le dijo que le seguía quedando bien el pelo corto. Ella pasó a la acción. Echaron un polvo en aquel viejo sofá. En el edificio de enfrente, un matrimonio joven comía una pizza con los mismos ingredientes que la suya. El repartidor de pizzas fumaba un cigarrillo en un portal, dos calles más abajo. Y las luces navideñas que habían instalado días atrás en las calles, se encendieron justo en el momento en que empezó a granizar.  

sábado, 12 de noviembre de 2016

La agonía de la luz

Cuando en la calle (como hace un rato, pude escucharlo desde aquí) un grupo de adolescentes borrachos lance insultos al aire y piedras contra un cristal o un árbol, puede que en el interior de una casa, en la habitación del fondo, haya otro adolescente que esté leyendo a Lorca y escuchando a Cohen. Mientras esto suceda así, tal vez no esté todo perdido. Creo que hoy la única revolución posible, como apuntó Dylan Thomas en su poema, es la de seguir luchando contra la agonía de la luz. Cada cual, evidentemente, a su manera. 

jueves, 10 de noviembre de 2016

Una historia real

Esta historia es rigurosamente cierta. Sucedió ayer, en Oviedo, alrededor de las diez de la mañana.

Mi madre y yo, después del pequeño paseo, estamos tomando un café en una terraza. Aprovechamos esos breves rayos de sol que van y vienen: meros espejismos. A nuestro lado, tres chicas. Toman café, fuman, hablan, ríen. Tienen entre cuarenta y cincuenta años. No parece que tengan prisa. Desde donde estamos situados, puede verse la enorme televisión del interior del local. En ella, el (inevitable) careto de Trump: ese hombre, ese pelo, ese bronceado (o lo que sea eso), esa actitud. Una de ellas, dice que quedó planchada cuando se levantó y vio en la televisión los resultados de las elecciones americanas. Otra asiente con la cabeza y dice que menudo plan, que qué vergüenza. La tercera en cuestión, quizá la más joven de las tres, dice que ella está muy contenta con los resultados. Las otras dos la miran con cara de sorpresa. Chica, ¡cómo dices eso!, exclama una de ellas. Yo no quería a Hillary, replica. ¿Por qué?, preguntan casi al unísono las otras. Porque no quiero que una mujer sea presidenta. Así de claro y contundente lo tiene y lo expresa. Las otras no sé qué dicen, pero desconecto, ya he tenido suficiente.  
Viendo lo visto, le digo a mi madre que la verdad es que no sé de qué nos extrañamos de que pase todo lo que está pasando. Y lo que estará por venir.   

martes, 8 de noviembre de 2016

Un euro, un café

Reservo la nueva novela de Peter Stamm en la biblioteca del Fontán. Me llaman para decirme que ya está a mi disposición. Voy a buscarla. Es lunes por la mañana, temprano. Hace frío y llueve. Lo peor de todo es la humedad. Casi a punto de llegar, de uno los portales cercanos, surge la voz oscura de un hombre muy mayor. Extiende su arrugada mano hacia mí y me pide un euro para un café. Hago un gesto con el rostro que indica algo así como que lo siento. Es la cuarta persona que me pide dinero desde que salí de casa, media hora antes. Entro en la biblioteca. Hace calor. Huele a cerrado. Ese aparato que contiene bolsitas de plástico que se amoldan a los paraguas mojados está estropeado. El paraguas va dejando un reguero de gotas como minúsculos lunares a mi paso. Joder, un euro, pienso. Hoy no queda más remedio que valorarlo, pero es sólo eso: un miserable euro. Recojo el libro. Me gustaría estar en casa ya, leyéndolo. La tendinitis y la humedad no son buenos aliados. Vuelvo por el mismo camino. El hombre sigue allí. Saco un euro del bolso y se lo doy. Es una moneda nueva, reluce en la oscuridad. Su voz cavernosa susurra algo. Sus ojos, brillantes y agradecidos. Como si una solución mágica hubiese puesto fin a todos sus problemas. Un euro, un café. Joder. 

domingo, 6 de noviembre de 2016

Sam Shepard

Como no puedo dormir, me levanto, preparo café y siento la lluvia al otro lado de la ventana, que ahora mismo cae de modo torrencial. Aquí, en el estudio, el calor me reconforta. Dicen que hoy llegará el primer frío del invierno y que no tendrá piedad. No saldré de casa. Me pasaré el día trabajando. Ayer sí lo hice: salí de casa para celebrar que mi madre está viva, ¿qué te parece? Por eso no presté mucha atención cuando Toni Rodero me recordó que era tu cumpleaños. Veo ahora las fotos de tus mejores años y pienso en el joven que fui, también insomne, viviendo aún en otra casa, la de mis padres, que está una calle más abajo. Recuerdo a aquel muchacho medio enamorado de un tipo que vivía a miles de kilómetros de distancia (qué ingenua, la juventud) y que ayer cumplió 73 años. Que lo tenía muy crudo ya lo sabía entonces, pero qué importaba (la juventud también es atrevida). Estaban tus películas, tus fotos y tus libros, tan manoseados (ahí siguen, aunque hace tiempo que no les echo un vistazo). Y con eso era suficiente para mi inquietud. Veo ahora (sigue lloviendo y unos borrachos alborotan en la calleaquellas fotos y veo las de ahora, y pienso que el tiempo es implacable, te araña sin piedad. Aunque lo único que importa realmente es estar vivo, pero eso tú ya lo sabes igual que yo. Felicidades (con retraso), Sam.         

jueves, 3 de noviembre de 2016

Veinticinco años después

Era un viernes, el primero de noviembre. Cuando entré en uno de aquellos cines que ya no existen y a los que iba varias veces por semana, aún lucía el sol. Un sol frío porque entonces el tiempo tenía su ritmo establecido: calor por el verano, frío en otoño e invierno. Había leído los artículos que Ángel Fernández-Santos, enviado de El País al festival de Valladolid, había escrito sobre aquella hermosa historia. ¡Qué bien escribía aquel señor sobre cine y cuánto aprendimos de sus crónicas! Una de esas películas que te dejaba con un nudo en la garganta y esa sensación de que, a pesar de determinadas derrotas (de todas las derrotas), la vida siempre merece la pena. 'Thelma y Louise', sí, ésa era la película. Cuando salí del cine, ya de noche cerrada (como ahora mismo), tocaba enroscar bien la bufanda al cuello para proteger la siempre indefensa garganta, por donde andaba el nudo que había dejado la historia de aquellas dos mujeres. Pasé por la librería en la que compraba habitualmente mis libros y en la que, años más tarde, trabajaría. Allí estaba, en el escaparate, recién sacado de las cajas. El Premio Planeta de aquel año, 'El jinete polaco', de Antonio Muñoz Molina. Lo compré. Aún no sabía que estaba ante una obra de semejante envergadura, ni mucho menos que, unos cuantos años después, el concejal que me casaría leería en la ceremonia un párrafo de aquella historia, que empecé a devorar por primera vez aquella misma noche con la ilusión de los niños las mañanas de Reyes. Tenía veinte años. En un abrir y cerrar de ojos, han pasado veinticinco. Y ahora, al bajar las persianas y dejar la oscuridad al otro lado, lo he recordado con la misma intensidad que si hubiese sucedido ayer mismo.