sábado, 6 de agosto de 2016

Las mismas ausencias

Entro en una librería de segunda mano a la que suelo ir todas las semanas. A esa librera le llegó hace unos años una novela con la que quedó fascinada. Abrió la solapa y se dio cuenta de que el autor era yo. 'El tiempo que vendrá', mi primera novela. Me lo contó después. Los caminos secretos de los libros vienen a ser así. Desde entonces, cada vez que paso por allí, charlamos un rato. Me cuenta sus aventuras por las ferias de libros, sus anécdotas con los clientes, sus ideas para atraer más gente a la lectura. Yo fantaseo con la idea de poner mi propia librería en ese local enorme donde, hace muchos años, mi amiga Araceli y yo tomábamos vino cuando en esta ciudad poca gente lo hacía a la hora de alternar. (Aunque parezca extraño, en aquel tiempo, hace más de veinte años, pedir un Rioja sonaba raro: o pedías sidra o pedías un vino, lo que significaba un vinazo de 30 pesetas de las de entonces). Ese local, ahora convertido en librería, fue de los pioneros en esta ciudad en diferenciar el vino del vinazo. La estrella era un vino del Bierzo exquisito. Ahora estoy en la librería, digo. La librera me cuenta que se acaba de morir su madre, con 85 años. Lo hace con lágrimas en los ojos. No importa la edad: la ausencia siempre es la misma. Por la mañana habló con ella por teléfono y por la noche estaba muerta. Así es la crueldad de esta vida. Le doy un abrazo y salgo de allí con un nudo en la garganta. Íñigo me pregunta qué ha pasado. Se lo cuento. Y caminamos un rato en silencio, disfrutando de ese sol que aún reconforta. 

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