martes, 2 de agosto de 2016

Cecilia

De aquella cocina, la de la casa de mis padres, mientras mi madre cocinaba y yo escribía con ocho o nueve años mis primeras historias, proceden mis primeros recuerdos de la música de Cecilia. No sé qué programa podría ser, pero era uno exclusivamente musical. A mi madre siempre le ha gustado escuchar música en la radio. El resto de los programas terminan por cansarle. Algo que ahora me ocurre a mí cada vez más a menudo. Me satura tanta estrella informativa, tanto tertuliano previsible, tanto pesado runrún. En alguna de aquellas ocasiones, cuando terminó la canción, mi madre me contó lo de su accidente de tráfico. Una triste historia, decía. Y seguía preparando la comida en aquellos benditos fogones antiguos, previos a la odiosa vitrocerámica, mientras tarareaba el estribillo de aquellas canciones cuyo significado entendería algún tiempo después. Por lo tanto, la música de Cecilia, aún a pesar de su melancolía, estará siempre asociada a algunos de los momentos más felices de mi vida. Aquella infancia. Aquellos sábados por la mañana. Aquella emoción ante un papel en blanco y un lápiz. 

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