domingo, 24 de julio de 2016

Una protesta

Muchas veces he agradecido públicamente al médico y a las enfermeras que tratan la enfermedad de mi madre. Y sigo haciéndolo. Ahora, que mi madre tiene que cambiar su tratamiento, añado mis agradecimientos a las doctoras y enfermeras con las que nos hemos encontrado en las numerosas pruebas que está teniendo que realizar para ese cambio de tratamiento. Además de la eficacia, como ya he señalado, está el trato personal, afectuoso e inmejorable. Sin embargo, tengo hoy que añadir un pero, que no tiene nada que ver con el personal sino (me temo) con los dichosos recortes. Mi madre lleva esperando más de tres meses para esa cita (el 16 de agosto) en la que le asignarán el nuevo tratamiento. Hemos intentado por todos los medios que le adelantaran la cita, pero no ha sido posible. Están desbordados, dicen. (¡Y tantos médicos en el paro!). No es un capricho. Mi madre tiene dolores muy fuertes que ninguno de los medicamentos que está tomando ahora le alivian. Y, sinceramente, amigos, creo que no hay derecho. No se puede tener a una persona esperando tanto tiempo cuando la gravedad del asunto alcanza estas cotas. Todos los que la rodeamos intentamos hacerle la vida más llevadera. La clave está, como siempre apunto, en que esté distraída y que tenga un plan para cada día. Pero, evidentemente, no es suficiente. Los dolores están ahí. Y es responsabilidad de esos políticos a los que votamos hacer que estas cosas dejen de suceder. Vamos, digo yo. 

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