domingo, 31 de julio de 2016

Espárragos

Estamos en una de las mejores vinaterías de la ciudad. Música agradable, ambiente relajado, velas encendidas en cada mesa, dos copas de vino blanco. En la tele, sin sonido, un canal de cocina donde están preparando constantemente suculentos platos que a esas horas, alrededor de las nueve de la noche, animan el apetito. A nuestro lado, una pareja de unos cincuenta años, con sendos gintonics. No parecen ser los primeros que toman. Él, hablando en un tono demasiado alto. Ella, algo más moderada. Le estoy contando a Íñigo el entusiasmo con el que estoy retomando estos días la lectura de varios libros de Don DeLillo. Hay veranos para muchos autores. Puede que este sea el verano del señor DeLillo. De repente, en el canal cocina, aparece un cocinero preparando un suculento plato con espárragos. Grandes, gordos, con una pinta exquisita. Ahora mismo, qué extraña combinación, le están poniendo almendras por encima. Nunca los hemos probado así. Y es entonces cuando el tipo que tenemos al lado suelta, con el mismo tono de voz: Mira, esos espárragos tienen el mismo tamaño que mi rabo. Ella, a medio camino entre el hartazgo y la sinceridad, dice: No me hagas hablar, no me hagas hablar... 
Avanzando el siglo 21, y así seguimos. 

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