miércoles, 29 de junio de 2016

Aquel 29 de junio

El día era gris y lluvioso, como el de hoy. En mis manos tenía las llaves de aquella librería que iba a abrir por primera vez en mi vida. Ya no me iba a colocar a ese lado del mostrador donde tantas veces había estado, sino al otro. No estaba nervioso. Bueno, sólo un poco. Abrí la puerta de la librería. El olor de todos aquellos libros, el silencio, las sombras... Y mi silueta perfilada entre aquellas sombras. Encendí las luces, todas las luces. Como las encienden los técnicos cuando el actor se sitúa en el centro del escenario, preparado ya para ofrecer al público su interpretación. Y allí me situé, al otro lado de aquel mostrador. En ningún momento me sentí un extraño de aquel lado. Todo lo contrario. Tuve la sensación, como la tiene ese mismo actor que está a punto de hablar en el centro del escenario, que estaba ocupando el lugar que me correspondía. Han pasado casi quince años de aquella mañana gris y lluviosa, como la de hoy. Cada 29 de junio, al despertarme, es lo primero que recuerdo.  

martes, 28 de junio de 2016

Día del Orgullo Gay

Uno no está orgulloso de que le gusten los hombres o las mujeres. Es una cosa normal y corriente que está ahí, en la naturaleza de cada uno. Uno está orgulloso de la gente que ha luchado y lucha para que todas las personas tengamos los mismos derechos, para que las desigualdades disminuyan, para que no se nos discrimine por una orientación sexual que forma parte de cada uno como lo conforma el hecho de ser rubios, de tener los ojos marrones o de ser más altos o más bajos. Por eso es necesario seguir celebrando el Día del Orgullo Gay: porque aún hay mucho camino por recorrer, mucho trabajo por hacer, mucha discriminación por aniquilar, mucha pena de muerte que desterrar de las leyes de determinados países. Repito lo que digo siempre a este respecto: el trabajo es de toda la sociedad. Al más mínimo síntoma de burla o risita ahogada por el hecho de no ser como la mayoría, hay que cortar por lo sano. Con naturalidad, sí, pero con mano férrea: no valen las medias tintas ni las contemplaciones ante determinados temas. La sociedad entera tiene que concienciarse. Es así. Es lo que hay. Y hay que respetarlo, y trabajarlo duramente. Las familias y el profesorado tienen que poner todo -todo, insisto- de su parte. Pero no sólo las familias con un hijo gay o una hija lesbiana: todas las familias, reivindicando el mismo respeto que tienen las personas heterosexuales. Así de simple. Y sí, seguiremos alzando la voz desde estos muros y desde donde haga falta, mientras nos quede aliento, que nos queda, ¡vaya si nos queda!    

lunes, 27 de junio de 2016

Resultados electorales

Los resultados de las urnas, aunque no los compartas, hay que respetarlos. Así que no voy a hablar de las lamentables cifras de paro, de corrupción a raudales, de las leyes mordaza, de las leyes contra el aborto o contra los derechos de los homosexuales, de la presencia engrandecida de obispos soltando salvajadas, de ministros con ángeles de la guarda, de presidentes que hablan a través de plasmas, etcétera, etcétera, etcétera. No. Voy a obviar todo eso y seguir intentando llenar mi vida (y este blog es una parte de ella) de Belleza (con mayúsculas, sí), de hombres y mujeres y canciones y palabras y gestos que me hagan olvidar toda esta pesadilla que hay que respetar porque, evidentemente, somos democráticos. Catherine Deneuve, por ejemplo, a la que le entregarán próximamente el prestigioso Premio Lumiére, convirtiéndose así en la primera mujer en recibirlo
¡Larga vida a la Deneuve y a la Belleza (siempre con mayúsculas, sí)!

domingo, 26 de junio de 2016

Un voto, una cerveza

Ayer se cumplieron dos años de la muerte de Ana María Matute. A ella, alrededor del mediodía, le gustaba sentarse en una terraza, tomar una cerveza bien fría y pensar en sus cosas. Fantasear. Eso haré yo hoy. Iré a votar -sin alegría, con cansancio- porque es mi obligación y después me sentaré en una terraza y pensaré en mis cosas, como la Matute. En ese cuento que lleva varios días rondando por mi cabeza y al que aún no he empezado a darle forma, pero para el que ya tengo la primera frase. Después, probablemente, ya no pensaré en nada más. Hasta mañana. 

viernes, 24 de junio de 2016

Un vestido por San Juan

Mi abuela, modista de profesión, le confeccionaba todos los años un vestido a mi madre para que lo estrenase el día de San Juan. En Mieres, donde vivían, siempre se ha celebrado mucho este día. Solía llover, casi todos los años. No importaba. Mi madre estaba feliz con aquel vestido que la abuela, en sus ratos libres, le cosía. Salía a pasear o a tomar algo con sus amigas o, cuando le conoció, con mi padre. Con aquel vestido nuevo. El que la abuela, siempre llena de trabajo y quitándole horas al sueño, le regalaba. Quizá copiaba el diseño de alguna revista de moda o se lo inventaba ella, la abuela, siempre creativa y elegante. Hoy también llueve. Mi madre me ha recordado esta historia. Y, de repente, la he imaginado así: joven, atractiva, sonriente, con su pelo largo y su vestido nuevo. Paseando con sus amigas o con mi padre antes de que se casaran, antes de que nacieran sus hijos. Ajena al futuro que les aguardaba. En aquel tiempo que, fijado en su memoria, es un tiempo feliz. Y en la mía, casi cincuenta años después, es el fotograma de una película que está por escribir. 

Montserrat Roig, veinticinco años después

Este artículo fue publicado por El Huffington Post

Recuerdo perfectamente el momento en el que Rosa María Mateo anunció en el telediario del mediodía la muerte de Montserrat Roig, en Barcelona, a los cuarenta y cinco años. Era el diez de noviembre de 1991. El cáncer, una vez más, había ganado la batalla. Desde entonces, cuando releo alguno de sus textos, pienso lo que su carrera literaria hubiese dado de sí en todos estos años. Novelas, relatos, artículos, reportajes, entrevistas, ensayos, conferencias, obras de teatro... Quién sabe. Una pena, en todo caso. El trabajo de una mujer lúcida, comprometida, abierta, dialogante, feminista, viajera, inquieta, cosmopolita, muy estudiosa. Una mujer en constante movimiento que luchó mucho para convertirse en lo quería ser: escritora. Una escritora respetada. "No hay nada que te compense tanto como escribir", solía apuntar. Leyendo 'Con otros ojos' (Roca Editorial), la biografía que Betsabé García ha escrito sobre la autora catalana, esa lucha es una de las cosas que más conmueven. Lo consiguió. El público quería leer lo que escribía. Sus libros se vendían y alcanzaban varias ediciones, sus columnas del periódico eran recibidas con entusiasmo, sus historias se traducían del catalán original al castellano. Pero el camino del escritor nunca es fácil. No es suficiente con el talento. Hay que hacer muchas cosas, preparar a conciencia cada texto y estar (la mayoría de las veces) en el lugar adecuado y en el momento preciso. Encuentros y desencuentros, por así decir. Algunos de ellos se citan en esta biografía que se publica el año en el que Montserrat hubiese cumplido setenta años, veinticinco después de su temprana desaparición.
No es fácil encontrar los libros de Montserrat Roig (hablo de sus ediciones en castellano) más allá de las librerías de viejo. Quizá este aniversario sirva para que algún editor inteligente se anime a reeditar su obra. Merecería la pena. Sus ideas permanecen vivas. Sus novelas continúan fijando el tiempo que, al escribirlas, ella deseó. Su ensayo 'Noche y niebla: los catalanes en los campos nazis' sigue siendo un trabajo descomunal (muy emotivo el capítulo que se dedica a esta obra y a su escritura en la biografía). Y sus últimos artículos para el diario Avui, recogidos en el volumen 'Última crónica. Diario abierto 1990-1991', son una delicia. Uno de sus mejores trabajos, ya con la muerte acechando (el último artículo está fechado justo el día antes de su muerte). En ellos refleja con maestría muchas de sus inquietudes: la desigualdad social, el feminismo, la política, las vidas comunes y corrientes (que, por cierto, nunca son tan comunes ni tan corrientes)... Y queda patente una de las mejores cosas que sabía hacer: captar el detalle, reflejar con palabras la realidad que podía encontrarse en esas historias de apariencia insignificante y que encierran en su interior casi todo el sentido de la vida. Las cosas elementales. Lo esencial. Lo que merece la pena observar para después narrarlo.   
Ojalá que recordar los veinticinco años de su muerte y la publicación de esta cuidada biografía sirvan como disculpa para volver a la obra de Montserrat Roig, también para reeditarla. Si es que hacía falta alguna disculpa, vaya. 

domingo, 19 de junio de 2016

Miles Davis en la basura

Miles Davis en la basura. Ahí me lo encuentro, en los contenedores de reciclaje que hay cerca del ambulatorio, una calurosa mañana. ¿Quién se habrá deshecho de esa foto a gran tamaño y enmarcada del músico americano?, me pregunto. Tal vez una pareja que acaba de romper y no quiso saber nada de ese hombre cuya música les acompañó en los mejores momentos de su relación. Puede ser. El sol resalta la piel negra y brillante del señor Davis, que sostiene su trompeta entre las manos, como si decidiese tomarse un respiro a petición del fotógrafo. De repente, sin ponerles cara, me imagino a la pareja, entre sombras, bailando lentamente, en una de aquellas noches de verano en las que el amor les parecía lo único salvable de este mundo. La botella de vino está terminada y se dirigen a la habitación. La música de Miles sigue sonando, toda la noche. El deseo, sí, también es una buena tabla de salvación. Los amantes cierran la puerta de aquella habitación, ahora desmantelada, y yo sigo mi camino, pensando si, después de recoger a mi madre en el centro de salud, me llevaré esa foto para casa o la dejaré ahí, en los contenedores de reciclaje, esperando que esa otra pareja que empieza a convivir quiere contemplar cada mañana el rostro del músico que les acompaña casi todas las noches, cuando el deseo irrumpe. 

viernes, 17 de junio de 2016

Sin 'Vis a vis'

Hoy nos enteramos de la noticia. No habrá tercera temporada de 'Vis a vis'. Por las televisiones seguirán pululando basuras, españolas y extranjeras, pero no tendremos más episodios de una de las mejores series españolas de todos los tiempos. Un guión muy consistente, una dirección adecuada, unas historias que consiguen mantenerte atrapado durante la hora y pico que dura cada capítulo, y unos actores -actrices, mayoritariamente- en permanente estado de gracia. Una verdadera pena y una desilusión. Destaco a Najwa Nimri (de la que no me he perdido ni una sola de sus interpretaciones desde aquel ya lejano 'Salto al vacío') porque creo que la actriz ha compuesto uno de esos fascinantes personajes (complejos, enrevesados, inteligentes, retorcidos, inquietantes...) que perdurarán en la mente del espectador durante años. Y no creo exagerar si sitúo su trascendencia a la altura del personaje de Anthony Hopkins en 'El silencio de los corderos'. Por poner un ejemplo que todos los cinéfilos tenemos muy presente. Como tantas otras cosas: fue bonito mientras duró.   

En una céntrica calle de Gijón

Una tarde cualquiera de este junio revuelto. Una céntrica calle de Gijón, con las sonrisas y las miradas de los principales candidatos a la presidencia del gobierno observándonos a cada paso. (No importa la calle, ni la ciudad, no hay tregua para librarse de esos caretos: ¡qué hartazgo!). Un hombre se acerca a mí. Tendrá una edad similar a la mía, aunque parece mayor. Va dignamente vestido y aseadoUn hombre normal y corriente. Me dice que si le puedo dar un euro. Apura un cigarrillo hasta que no da más de sí. Le digo que estoy en el paro, que no puedo dárselo. Me dice que no puede más con todo esto, que es para comprar un cartón de vino. Lo expresa de un modo sosegado, sin alterarse, con naturalidad. Como si me dijese la hora o me indicase una dirección que le hubiese solicitado. Lo que hace aún más triste, si cabe, la petición. Niego con la cabeza porque tengo un billete de diez euros y no es plan de dárselo, claro. Y me alejo de él, con cierto pesar por no tener un euro suelto. Si lo tuviese, se lo hubiese dado. Qué demonios. Escaparse de esta realidad que nos rodea por unas horas a cambio de un miserable euro me parece la manera más digna de sobrellevar toda esta hipocresía e impotencia. Y donde escribo hipocresía e impotencia podría escribir puta mierda, directamente

jueves, 16 de junio de 2016

Richard Ford. Un apunte.

Me alegra mucho que le hayan concedido el Premio Princesa de Asturias a Richard Ford. Me gustan sus novelas y, sobre todo, sus cuentos. (Hice reseñas de un par de esos libros de cuentos para la revista Clarín, pero con tanto cambio de casa y de ordenadores ahora no las encuentro). Y me gusta muchísimo ese libro, delicioso y breve, que le dedicó a su madre, y que tantas veces recomendé en mis añorados tiempos de librero. Nunca decepcionaba. Primero lo editó Lumen y luego lo rescató Anagrama en una edición preciosa. Lo he leído varias veces. Y siempre, desde la austeridad y concisión de sus palabras, me termina emocionando. Ah, la madre como personaje literario, una vez más. Empieza así: "Mi madre se llamaba Edna Akin, y nació en 1919, en el extremo noroeste del Estado de Arkansas -Benton County-, en un lugar de cuya localización exacta no estoy ni he estado nunca seguro."
Merecido premio, sin duda. 

miércoles, 15 de junio de 2016

En el nuevo hospital

En los últimos tiempos, por cuestiones relacionadas con la enfermedad de mi madre, hemos tenido que visitar el nuevo hospital más de lo deseado. Ya se sabe que cuando uno está enfermo se vuelve más frágil y las personas que estamos alrededor, aunque tratemos de mantener las fuerzas, a ratos también lo hacemos, nos volvemos igual de frágiles. Por eso creo que la atención al paciente debe ser impecable. No sólo se trata, a mi parecer, de diagnosticar correctamente o de dar con el tratamiento adecuado, sino de la humanidad. Un gesto, una sonrisa, una palabra amable, una mirada que tranquiliza. Transmitir la sensación de que no va a pasar nada. Que todo sigue su curso y que no hay nada sin remedio. Sé que cada cual tendrá su opinión, pero nosotros nos hemos encontrado con gente estupenda. Es cierto que días malos los tenemos todos y que una gente, por carácter, es más comunicativa que otra, pero, a rasgos generales, el trato está siendo muy positivo. Por eso, desde este rincón, humildemente, les doy las gracias. A todas y cada una de esas personas en las que hemos depositado nuestra fortaleza y nuestra fragilidad. 

sábado, 11 de junio de 2016

Estos sábados

Los sábados por la mañana, cuando madrugo para pasear o para acompañar a mi madre al ambulatorio (hoy mismo), tienen reminiscencias de épocas lejanas, cuando en vez de madrugar trasnochaba y llegaba a casa cuando estaba amaneciendo. Fueron buenos tiempos -yo lo que quería era bailar, y que el baile no terminase nunca-, pero no los echo de menos. La vida tiene sus propias etapas, y así están bien las cosas. En estos sábados de la actualidad, al madrugar, te encuentras con gente que regresa a sus casas, entre la risa y el sueño, el cansancio y la euforia que se apaga de repenteabrazada a otra gente en similares circunstancias o en solitario. Esa algarabía, ya menguaba, se pierde en el cielo despejado, en el canto de los pájaros o en la música a todo volumen que alguien lleva puesta en el coche. También en el olor del café procedente de los bares que ya están abiertos y en el del pan recién hecho que sale de las panaderías que nos encontramos a nuestro paso, camino del ambulatorio o de la caminata. Y luego, por un momento, lo único que nos rodea es el silencio. El de la mañana que comienza. Y en ese silencio, atisbo fogonazos de serenidad que indican que el hecho de cumplir años también trae consigo cosas positivas. Cosas que ya no cambiarías por lo difuso y divertido de aquel otro tiempo. Cosas que nos van definiendo. 

sábado, 4 de junio de 2016

La fotografía que no hago

La mujer está sentada en un banco, en plena calle, a primera hora de la tarde, dándole el pecho a su hijo. Concretamente, ahora mismo, el izquierdo. Es un pecho grande y hermoso. El pecho de una mujer joven. El bebé succiona con ímpetu y parece feliz. Podría explicarse la conexión de las madres con los hijos contemplando esta imagen. No hay nada sexual en ella. Sólo una instantánea a la que no hace falta añadir demasiadas palabras. La instantánea habla por sí misma. Me apetece fotografiarla, pero no lo hago: por respeto, por pudor. Ahí están el ciclo de la vida y la naturalidad. Me molestan las personas que se oponen a este tipo de cosas: a vueltas con los reprimidos, con los intolerantes. La fotografía que no hago -por respeto, por pudor- no puede contener más belleza, más serenidad. Reconforta y, de una manera muy sutil, ahuyenta por unos instantes todos los males del mundo.