martes, 1 de diciembre de 2015

Los 80 años de Woody

Creo que es de bien nacidos ser agradecidos. Por eso hoy, aprovechando que es su cumpleaños, quiero agradecerle al señor Woody Allen todos los momentos de buen cine que me proporcionó a lo largo de esta vida. Ahora, desde algunos sectores, parece que está de moda derribar mitos o intentar ensuciar el nombre de tantos creadores que nos ayudaron en nuestro crecimiento intelectual y en nuestros desvelos. Con Woody Allen, pese a sus películas menores (nadie tiene la obligación de hacer una obra maestra al año, hombre), no podrá nadie. Ya está ahí, en la Historia, con mayúsculas, del cine. Películas gloriosas, momentos inolvidables. Cine, en su mayoría, que perdurará porque trata, de manera más cómica o más dramática, asuntos que a todos nos atañen. El amor, el miedo, la muerte, las inseguridades, la fragilidad, la risa, la infancia, el humor, el deseo... Son muchos los intérpretes que trabajaron con él, y más aún los que sueñan, aún hoy, con hacerlo. Las mujeres, las actrices. No recuerdo una sola mujer que estuviese mal bajo sus órdenes. Me quedo con Diane Keaton, Anjelica Huston, Geraldine Page, Gena Rowlands, Mia Farrow, Dianne Wiest, Barbara Hershey, Cate Blanchett... En realidad, me quedo con todas -con Oscar o sin él-, pero son tantas que es casi imposible enumerarlas en este espacio.
Creo que puedo recordar (tener buena memoria a ratos resulta positivo) cada uno de los momentos en los que salí eufórico de un cine después de ver una de sus películas. La sensación de que caminando por las calles de mi ciudad estaba caminando por las calles de la suya, Nueva York. Y así, caminando por estas calles que tan bien conozco, podía escuchar las músicas -siempre exquisitas- que sonaban de fondo en las historias que salían de su cabeza y de las que, convertidas ya en imágenes, acababa de disfrutar. Caminaba por las calles de mi ciudad como si flotase. Con esa sensación que nos atrapa después de haber disfrutado plenamente de algo realmente bueno. De un cuadro, de un poema, de un concierto, de una interpretación en directo, de una película... Porque, sin ánimo de ponernos estupendos, eso es lo que tiene el arte: que nos permite elevarnos de nuestras rutinas y flotar. Alejarnos de nuestros problemas y sobrevolar los aspectos más crudos de la realidad. Y sentir esa sensación, que es, como digo, muy parecida a la de flotar. Ustedes ya me entienden.
Que cumpla en plena forma muchos años más, señor Allen. Sus trabajos (todos ellos) serán, como siempre, un alivio para nuestras batallas cotidianas.

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