sábado, 19 de diciembre de 2015

El final del viaje

Hay algo muy poderoso en `45 años´, la película de Andrew Haigh. Y no me refiero sólo al impresionante trabajo de sus dos protagonistas, Charlotte Rampling y Tom Courtenay. Es un misterio, un enigma. Algo inquietante que atraviesa toda la película y la convierte en lo que es: una delicadísima disección de las relaciones de pareja, de los sentimientos más profundos del ser humano (silenciados o compartidos: eso no importa). Ahí está el misterio, el enigma al que me refiero. Ese temblor que acecha siempre sobre las relaciones humanas. Ese miedo que. aunque no se nombre, está muy presente. El miedo que surge cuando de repente pensamos que todo puede venirse abajo. Nadie mejor para representar ese temblor, esos miedos, que Charlotte Rampling: con sus silencios, con sus miradas, con el leve gesto de beber un vaso de agua, de encender un cigarrillo que no conviene encenderse o de apartar una mano de otra mano. Es cierto que sobre Rampling cae el peso de la película -el temblor, el miedo-, pero también lo es que Courtenay le sigue muy bien los pasos. Hasta ese baile final de giro inesperado. Hasta esa última imagen que, enfrentados ya a los miedos, diseccionados los temblores, nos deja helados, noqueados, con el corazón en un puño. Literalmente. Los silencios que, una vez más, pueden expresar mucho más que unas cuantas palabras. Sí, hay silencios tan demoledores que consiguen hacerlo.  
Hay algo en la película que remite a los cuentos de dos autoras extraordinarias: Alice Munro y Soledad Puértolas. En los relatos de ambas escritoras siempre está presente esa atmósfera, ese miedo a que, al más mínimo gesto, todo pueda desmoronarse por completo. La fragilidad, sí, de las relaciones humanas, de los comportamientos que -a veces- se sitúan más allá de nuestra comprensión. A ese territorio inexplicable e inesperado es al que nos lleva esta película: sencilla en apariencia (podría convertirse perfectamente en obra de teatro) y demoledora en su trasfondo, allí donde nos conduce el final del viaje (del baile), cuarenta y cinco años después.  

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