miércoles, 18 de noviembre de 2015

Francesca

Francesca, nuestra gata, está muy enferma. Tienen que operarla de urgencia. En dos horas entrará en el quirófano. Francesca tiene seis años y medio. Llegó a nuestra casa y no hizo otra cosa que alegrarnos la vida. Conoce cada uno de nuestros estados de ánimo y reacciona ante ellos con una inteligencia apabullante. En esos días en los que casi todo parece derrumbarse, ella siempre está ahí: como si intuyese que las cosas no van demasiado bien y su cometido fuera darle la vuelta a esas cosas. En los días alegres, salta alrededor de nuestros pies. Y la cocina, cuando los tres estamos de buen humor, se vuelve una algarabía. Creo que esos días son los más parecidos que he conocido a la felicidad. Eso sí: prefiere estar con nosotros solos a recibir invitados. Ayer se pasó el día en mi regazo. No quería moverse de allí, como si de alguna manera intuyese lo que iba a pasar hoy. De vez en cuando, lamía mis dedos y cerraba los ojos. Si movía mi cuerpo, los abría al instante. Le decía que no me iba a ninguna parte y su corazón volvía a latir al ritmo normal. Ahora, mientras escribo, está a mi lado: sentada con esa pose que siempre me recuerda a Elizabeth Taylor en `Cleopatra´, aunque Francesca sea rubia. Lleva un rato pidiendo comida y bebida (no puede tomar nada). No me atrevo a mirarla a los ojos. Sólo la acaricio, lentamente, mientras esperamos.

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