viernes, 20 de noviembre de 2015

Fragilidad

Son increíbles los sentimientos que pueden provocarte los momentos de indefensión y fragilidad de una gata. Caminas por la calle y no piensas en ese párrafo al que le estás dando vueltas, en las lecturas en las que andas metido o en los planes para el invernal fin de semana que se avecina. Sólo piensas en llegar a casa y ver cómo se encuentra, si ha mejorado un poco respecto al momento en que saliste a la calle, si la herida se va cerrando poco a poco (la recuperación está siendo más lenta de lo esperado). Piensas también en su estado de ánimo: un poco decaído por la enfermedad y por ese collar que tiene que llevar en la cabeza y que tanto la agobia. Algunas personas dirán: es sólo una gata. Sí, es una gata. Pero basta con estar un segundo a su lado para comprender que los sentimientos son muy parecidos a los nuestros. Por no decir iguales. Los ojos desvalidos que reclaman tu cariño constante. Los mismos ojos que te suplican que cambies de actitud cuando tú te sientes fuera de este mundo injusto. Esos ojos -fieles- que no se apartan de ti en ningún momento. Puedo entender que haya que convivir con uno de estos pequeños animales para comprender todo esto. Muchas otras personas, supongo que la mayoría, sabrán perfectamente de lo que hablo, de lo que escribo, de lo que siento.  

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