jueves, 29 de octubre de 2015

Corrientes de amor

Este artículo fue publicado en El Huffington Post.

Empecé a escribir con ocho o nueve años. En la cocina de la casa de mis padres, los sábados por la mañana. Eran mañanas luminosas, sin colegio. Mi padre estaba trabajando y mi madre, en aquella cocina llena de luz, escuchaba música en la radio y preparaba la comida. En una esquina, rodeado de mis primeros libros y cuadernos, sentado en una pequeña silla de madera y utilizando una de las banquetas como mesa, escribía. Cuentos: eso fue lo primero que escribí. Basándome en los personajes de los libros de `Los Cinco´ y de la familia de los inolvidables hermanos Zipi y Zape, mis lecturas favoritas por entonces, escribía mis propias historias. Grapaba las hojas, les ponía un vistoso título y se lo enseñaba a mi madre, siempre pendiente de mis tareas. Mi madre fue mi primera lectora. No conservo ninguno de aquellos cuentos. Ella, tampoco. Una lástima. Desde aquellos momentos, los de mis ocho o nueve años, a los actuales, en los que acabo de cumplir cuarenta y cuatro, no he dejado nunca de escribir. Cuentos, novelas, artículos, diarios... He publicado siete libros. Dos de ellos son novelas. El resto, se trata de prosa miscelánea. Mi séptimo libro, el que ahora publico, es mi primer libro de cuentos. Pese a los muchos cuentos (de mayor o menor extensión)
que he escrito a lo largo de estos años y de haber recibido algunos premios y de haber quedado finalista en otros, es el primero que publico de un género que me apasiona como lector y como escritor. No es un terreno fácil. Hay que estar siempre alerta: no dejar que en el texto falte ni sobre una sola palabra. Algo parecido a lo que sucede con los poemas. Es un género exigente. Hay grandes escritores a los que admiro y que comencé a leer muy pronto, poco después de aquellas luminosas mañanas de sábado. Antón Chéjov, Truman Capote, Alice Munro, Soledad Puértolas, Ana María Matute, John Fante, Raymond Carver, John Cheever, Cristina Fernández Cubas, Carson McCullers, Ignacio Aldecoa... Sus libros siempre están ahí, al alcance de la mano. Muchas veces he pensado cómo resolverían ellos algunas de las cuestiones que se plantean mis protagonistas. Siendo sinceros, a todos nos gusta fantasear. Definitivamente, los escritores somos gente un poco extraña. Pensando en palabras y pensando qué harían otros con esas mismas palabras. Qué le vamos a hacer. Es lo que hay. Somos así. Buscamos nuestro camino revisando el camino que otros han recorrido previamente.
`Corrientes de amor´ (Ediciones Trabe), mi nuevo libro, es una colección de cuentos, variaciones de amor y desamor, de amores posibles e imposibles, momentos que atrapan un instante (complicado, decisivo) en las vidas de los hombres y mujeres, sobre todo, mujeres, que pueblan sus páginas. Gente que viaja, que huye, que recuerda, que busca su lugar, que mira hacia delante. Cuentos que nos advierten que la vida no es fácil, que va en serio y que eso lo descubrimos -tal vez- un poco tarde. Todos los cuentos están atravesados por esas corrientes de amor del título, que les da unidad. Porque está bien que los libros de relatos tengan un  denominador común. El amor, en casi todas sus variantes, aquí presente. O como escribió John Cheever: "La espectral compañía del amor siempre con nosotros".

martes, 27 de octubre de 2015

El don y el látigo

Hace cinco años, en la misma plaza donde hoy presento mi último libro, más o menos por la misma fecha, presentaba `El extraño viaje´. Fue una tarde memorable. Conseguimos llenar esa plaza, tan bonita como enorme. Han pasado muchas cosas desde entonces. Un mes después de aquella tarde, cercana ya la Navidad, me comunicaron que la librería en la que trabajaba cerraba sus puertas. Eso, como comprenderéis, lo cambió todo. Desde entonces, no he hecho otra cosa más que escribir. Escribir con auténtica disciplina. Suena bien, lo sé, pero las trastiendas de la mayoría de los escritores que no tienen otro trabajo o que no pueden vivir de la literatura (cuatro nombres contados pueden hacerlo, a pesar de lo que algunas personas piensan) suele ser como el rostro de los payasos cuando se retiran de las luces de la pista. Muchas sombras acechan ahí, más aún en estos tiempos. No importa (o sí). Sabemos que nos quedan las palabras y la voluntad de seguir haciendo aquello en lo que creemos y a lo que Truman Capote se refirió con aquellas tremendas palabras: cuando Dios le da a uno un don también le entrega un látigo y el látigo es únicamente para autoflagelarse. En ello estamos, señor Capote. Hoy toca salir a la pista y presentar estos cuentos a los que he dedicado casi tres años de mi vida, compaginando esa escritura con otras. Os espero: a las 20 horas, en Trascorrales. Con la mejor sonrisa: la misma que la del payaso que, bajo los focos de la pista, ofrecerá lo mejor de sí mismo: su trabajo.  

lunes, 26 de octubre de 2015

Presentación de`Corrientes de amor´ en Oviedo

Qué nervios. El tictac del reloj resuena con insistencia. Ya quedan pocas horas para la presentación de `Corrientes de amor´ (Ediciones Trabe) en Oviedo. Mañana, martes 27, a las 20 horas, en Trascorrales. Con Leticia Sánchez Ruiz y Azucen Vence. Con una, Azucena, la amistad viene de años atrás. Y con la otra, Leticia, me bastaron unas risas y unos vinos compartidos una lejana noche para saber que era la chica adecuada para la ocasión. En El Huffington Post podéis encontrar un enlace que os permite leer uno de los cuentos gratuitamente. Se va apoderando de mí esa sensación de que los cuentos ya no pertenecen: la sensación de que ya pertenecen a todas las personas que os estáis haciendo con el libro. Mi agradecimiento para todas ellas. Nos vemos mañana (si queréis, si podéis) en una de las plazas más bonitas de esta ciudad.  

sábado, 24 de octubre de 2015

En memoria de Maureen O´Hara

En aquellas noches de la adolescencia, cuando la casa se quedaba en silencio, yo permanecía delante del televisor, observándolos a ellos, y sobre todo, a ellas. Las actrices. Continúo haciéndolo. Aunque, siendo sinceros, ya no miro el televisor sino los vídeos que pongo aquí o allá. Muchas actrices. Mucha admiración. La actriz Maureen O´Hara era una de ellas. Es una de ellas. Qué poderío. Qué rebeldía. Qué carácter. Qué melena. Uno siempre piensa que estas actrices nunca van a morir, pero mueren porque la vida es así de miserable. Llegó hasta una edad importante (afortunada, O´Hara). Todos los que amamos el cine por encima de casi todo, la recordaremos siempre. En aquella rebeldía. En aquellos golpes de melena. Pelirroja. La pelirroja por excelencia. Una de ellas. El cine de las noches de nuestra adolescencia. Qué viejos nos vamos haciendo. Qué cantidad de recuerdos nos acompañan. Somos, por ello, muy afortunados, aunque a veces creamos lo contrario. Siempre en mi memoria, Maureen. En la memoria de aquellas noches. En la memoria de esta noche, tan próxima ya.

Buscando versos

Como ya he escrito en otras ocasiones, en mi añorada época de librero solía leer en los ratos libres bastante literatura infantil y juvenil: para estar al día, para informar a los clientes (a las clientas, sobre todo, porque siguen siendo las madres las que mayoritariamente compran los libros a sus hijos). Ahora, de cuando en cuando, llegan a mis manos algunos libros dirigidos a ese público tan exigente que sus autores tienen la gentileza de enviarme. Los leo con atención. Como entonces. Acabo de recibir "Bolso de niebla", de María Rosa Serdio. Un libro -primorosamente editado por Pintar-Pintar, con bellas ilustraciones de Julio Antonio Blasco que se adaptan a la perfección a las palabras de la autora- de versos para los más pequeños. Una delicia. De principio a fin. Palabras sencillas (como debe ser) detrás de las que se esconden las cuatro verdades de la vida. El placer de leer, de soñar o de escuchar, de contemplar una mañana de otoño o de primavera, de comer un helado (sin más), de jugar con unas canicas o con unos lápices de colores (hay muchos colores en estos estupendos versos: de esos vivos colores que animan a entregarse a la vida sin reservas ni medias tintas), de atrapar un verso que nos cambie el humor o transformen las circunstancias en algo más amable, más luminoso. Que vuelven a demostrar que la poesía tal vez no sea capaz de cambiar el mundo, pero sí de hacer ese mundo un lugar mucho más habitable. Más aún, si me apuran, en estos difíciles tiempos que nos están tocando vivir por diferentes razones. La poesía, la buena poesía, para afrontar cada mañana. En ello andamos.  
Creo que Serdio ha logrado lo más importante: que los niños puedan llegar a interesarse por la poesía con estos versos suyos. El lenguaje y la inteligente manera de jugar con él no me dejan lugar a la más mínima duda. Aquí, un ejemplo de su maestría: "Por entre los segundos,/ las horas, las tormentas.../se filtra un rayo/ que viene desde allí./ Justo al borde de las/ charcas,/ al borde de las/ sombras,/ al borde de los mapas,/ existe el espacio/ donde esa chispa de luz/ anida./ Existe un paréntesis/ donde se abren/ las palabras/ para ofrecer su corazón/ de colibrí."   
Desde aquí le digo a su autora que nos muestre en un libro los versos que tiene para adultos, que a buen seguro no son pocos. Los esperamos con ganas.

viernes, 23 de octubre de 2015

Palabras de Laura Freixas sobre `Corrientes de amor´

Me ha gustado mucho `Corrientes de amor´(Ediciones Trabe). Es un autor con un mundo propio, que va explorando libro tras libro, sutilmente, con delicadeza, en sordina, con una nota melancólica, y sobre todo con mucho respeto por sus personajes (la mayoría, mujeres de mediana edad, con una situación no muy boyante, sin ser desesperada), por esa dignidad que tienen siempre. También me ha gustado la incertidumbre que deja planear, los finales abiertos, y la recurrencia de algunos temas o elementos: las muertes y accidentes, las mujeres separadas, la homosexualidad, la violencia machista, la presencia de la familia, un cierto tono de desilusión (chejoviano), los momentos de cambio, los autobuses y trenes... el libro se podría haber llamado "Tránsitos" ("Corrientes de amor" no lo entiendo y no me gusta mucho).
Lo negativo: a veces personajes o situaciones son un poco planos, banales. Como se desarrolla muy poco el argumento, habría que compensarlo acentuando la atmósfera (a veces demasiado aséptica, sin relieve, impersonal) y dotando a los personajes de claroscuros ( por ejemplo el cuento en que una mujer vuelve a ponerse en contacto vía FB con un hombre con el que estuvo emparejada años atrás tendría mucha más fuerza, su final abierto intrigaría mucho más, si se nos presentara al hombre como peculiar, un poco misterioso, atractivo pero también inquietante).
En fin, hay cosas mejorables pero en líneas generales repito que me ha gustado mucho. Y pienso que el cuento es un género que se adapta muy bien al mundo de Ovidio Parades.

Laura Freixas


miércoles, 21 de octubre de 2015

Foto desde Mieres

No voy mucho a Mieres. Sin embargo, cuando lo hago o cuando recibo la foto que un lector se ha hecho con alguno de mis libros y reconozco sus calles, algo me remueve por dentro. Supongo que es inevitable. Todos aquellos viajes, en la infancia, para visitar a los abuelos. Los paseos por los alrededores de la plaza, las terrazas de los días soleados, la casa de los abuelos, el pozo minero (hoy ya desaparecido) y la camaradería de los hombres que entraban en él... Los días de invierno y los días de verano. Todo vuelve a mí, de repente. Según pasan los años (y determinadas circunstancias), podría decir que de una manera más acentuada aún. Más violenta. Todos esos paraísos perdidos, irrecuperables ya más allá de las palabras o la memoria. Uno de los lugares donde fuimos felices sin saberlo. Donde fui feliz sin saber lo que eso -ser feliz- significaba. Cada vez que vuelvo por allí o recibo una foto (como la que he recibido hoy, muy temprano, de una lectora fiel), retorno a todos esos paisajes. Y por un breve momento, ese regreso no se vuelve melancólico sino todo lo contrario. Sé que en ese breve momento, que es como una especie de fogonazo, está atrapada toda mi vida. Lo que soy, lo que siento, lo que escribo. Lo que me importa

martes, 20 de octubre de 2015

El aullido de Aitana

(Este artículo fue publicado en El Huffington Post)

Medea es la mujer herida, humillada, traicionada, enloquecida. Sacerdotisa del amor llevado hasta sus últimas consecuencias y de la monstruosidad más espantosa. La mujer que no acepta su destino, su destierro, y planifica las venganzas más terribles, más sangrientas, más despiadadas. Esas venganzas que culminarán, como sabemos, con el asesinato de sus propios hijos. La mujer que convierte su grito en aullido desgarrador. Todo comienza, en esta arriesgada y sobresaliente versión a cargo de Andrés Lima, como un ciclón, como un paisaje ferozmente arrasado por los sentimientos desmedidos, como un terremoto que presagia lo que vendrá poco después. La sinrazón, el amor excesivo y enfermizo, la brutalidad, la batalla encarnizada, la muerte. El ruido que es una constante en toda la obra desde el momento en que Medea se sube al escenario marcando el ritmo con el sonido de sus tacones negros y que sólo se verá levemente dulcificado con las canciones que dan un poco de tregua al desenfreno. Canciones como nanas que dan una breve tregua al espectador, sí, pero no a Medea que, sumida en su arrebatado dolor, sigue maquinando atrocidades. El grito, mientras planea la venganza final, ya se ha convertido en ese aullido desgarrador que mencionaba antes. No hay vuelta atrás. Su dolor no conoce límites. Y sus ansias de destrucción, tampoco. No hay mayor dolor que el amor, repite Medea a modo de lema premonitorio, preparándonos ya para ese apabullante desenlace que, aunque conocido, no deja de conmovernos.
Aitana Sánchez-Gijón -después de ser la gata de Tennesse Williams, la criada de Genet y la Chunga de Vargas Llosa: por citar tres de sus trabajos teatrales más representativos- es Medea. Su entrega y su transformación son absolutas. Aunque su cuerpo -maternal, perfumado en otro tiempo para las caricias o enfangado en sangre, barro y plumas de peligrosos conjuros- juega un papel muy importante, con la mirada y la voz compone lo más temible de su personaje: esa Medea arrasada por los sentimientos, ese Medea casi terrorífica. Más que a la Medea de Nuria Espert, personaje fundamental en la carrera de la actriz catalana, esta Medea de Aitana me remitió por momentos a algunos de los tramos más salvajes de la Espert de `La violación de Lucrecia´. El mismo nivel de transformación, de sacar la voz de lo más hondo de las entrañas, de colocar la mirada en ese punto donde la cordura va diluyéndose y perdiendo su significado real. Aitana se arrastra, se retuerce, se estremece: todo ello violentamente. El propio aullido que brota de su garganta y de sus entrañas la atraviesa como un rayo que quisiese aniquilarla y darle vida (vida para crear muerte) al mismo tiempo. Aitana ha ganado el premio Ceres por este trabajo, y no es extrañar: en su interpretación (transformación) sólo tiene cabida el elogio. Lo mismo hay que decir de sus compañeros de escenario.
Y sí, aún perdura, tiempo después de abandonar el teatro, de regreso a casa por las calles solitarias, el aullido seco y desgarrado de Medea o de Aitana, que viene a ser lo mismo.
 

lunes, 19 de octubre de 2015

¿Librera?

Estoy en una librería. Es el día que la editorial Destino ha anunciado el lanzamiento de la nueva novela de Álvaro Pombo. Echo un vistazo a las mesas de novedades y no veo el libro por ninguna parte. Le pregunto a una chica por él. Me dice que va a mirar en el ordenador. Sí, hay ejemplares, han entrado hoy. Son las seis y media de la tarde. Añade: deben estar sin colocar. Sí, están en la tienda, repite. A un lado del mostrador, veo unas cajas (pocas). Ella no dice nada. No dice (como diría yo -y como dirían algunas personas que conozco que trabajaron de cara al público y que también están en sus casas sin trabajo- si estuviese en su lugar): espera un momento que te lo busco. No, no dice eso. Me mira, se encoge de hombros, sonríe con falsedad: su sonrisa lleva implícito una especie de ¿por qué no te largas ya de una maldita vez y vuelves mañana, si te parece? Me hierve la sangre. ¡Quiero el libro! Estoy a punto de cumplir cuarenta y cuatro años y me sigue hirviendo la sangre con este tipo de actitudes. Me acerco a las cajas que están a un lado del mostrador, medio camufladas. De repente, entre otros libros, distingo la portada (bastante poco apropiada, por cierto) que ya conozco porque llevo meses viéndola en la página de la editorial, el nombre del escritor santanderino. Lo cojo, como el que coge un anhelado tesoro, y le digo: está aquí. Procuro decirlo sin demasiado retintín, aunque sinceramente me importa un rábano como hayan sonado mis palabras. Oh, exclama. ¡Cuánto sabes! Siento deseos de ponerme a gritar y de decirle antes que una persona que está trabajando en una librería debería echar un vistazo de vez en cuando a los catálogos de las novedades. ¿Es para regalo?, pregunta. Niego con la cabeza. Mientras me cobra, dice: Chico, tú tenías que estar aquí, ayudándonos. ¿Ayudando? ¿AYUDANDO? ¡Yo tenía que estar ahí, si hubiese justicia, ganando el sueldo que tú estás ganando! No lo digo, lo pienso. De hecho, no digo nada más. Respiro hondo. Varias veces. Ya sólo pienso en una imagen: una terraza (a ser posible sin demasiada gente alrededor), una copa de vino tinto y el dichoso libro de Pombo...     

sábado, 17 de octubre de 2015

Menú del desarme

Levantarse con una tarea: preparar el menú del desarme. Garbanzos con bacalao y espinacas, callos y arroz con leche. Un menú -excesivo, nos pongamos como nos pongamos- que es tradición en esta ciudad durante estos días. Mi hermana me pidió que lo preparase. Así que, después de leer la entrevista a Joyce Carol Oates y el genial artículo de Elvira Lindo, aquí estoy: encerrado con Marianne Faithfull en la cocina, removiendo por aquí y por allá, preparando el susodicho menú para seis personas. Y pensando en lo mucho que le agradezco a mi abuela Virginia que hiciese callar a los hombres de la familia (aquello de andar entre tarteras y cucharones de madera era, por entonces, algo exclusivo de las chicas: ¡qué tiempos!) cuando, a mis ocho o nueve años, ya me gustaba revolver por su cocina. Es inevitable: cada vez que preparo arroz con leche, la recuerdo. Pero no hay tristeza en el recuerdo. Todo lo contrario. Es un recuerdo alegre, como era ella. Que siempre viene acompañado de esa especie de serenidad que nos alcanza cuando recordamos a quien sólo nos aportó belleza, sentido del humor, sabiduría.

miércoles, 14 de octubre de 2015

He llegado hasta aquí

He llegado hasta aquí. Cuarenta y cuatro años. Hoy los cumplo, a las cinco y diez de la tarde. No ha sido fácil (¿para quién lo es?). He sobrellevado las dificultades apoyado en los hombros de mis padres, en la fuerza y generosidad de mi hermana, en el amor de mi marido. Y en las risas que compartí con algunas amigas, con algunos amigos. Porque sí, es cierto: también he reído. Sigo haciéndolo. Muy a menudo. He disfrutado mucho: de cada instante, por insignificante que pueda parecer. Ahí está la clave, creo, para seguir en el camino: cumpliendo años, riéndome. Disfrutar de los grandes acontecimientos y de las cosas, en teoría, más pequeñas. Como escribir o leer a estas horas, pensar en la comida que voy a preparar dentro de un rato para mi familia, anotar siempre en un cuaderno las ideas que pasan por mi cabeza, no dejar de ilusionarme con los nuevos proyectos que vayan llegando... No dejar de ilusionarme nunca, pese a las decepciones y a quienes las hicieron posibles. He llegado hasta aquí. Cuarenta y cuatro años. A las cinco de la tarde y diez de la tarde, qué vértigo, ya los tendré. Y, en cierto modo, creo que, por el momento, estoy a salvo de ciertos laberintos.  

martes, 13 de octubre de 2015

Indignación

No puedo expresar más que rabia, tristeza e indignación ante la noticia de lo que le acaban de hacer a la estatua de Mafalda (pintarle la cara con un spray negro). La mismas reiteradas faltas de respeto que tuvieron con las gafas de Woody Allen, director imprescindible para los que amamos el cine y que tantos buenos momentos nos proporcionó con su arte, y nos sigue proporcionando a sus ochenta años. Hay cosas que se escapan por completo a mi comprensión, y ésta, sinceramente, es una de ellas. Absolutamente lamentable.  

miércoles, 7 de octubre de 2015

Cumpleaños

No sé si es tipo más guapo del mundo, pero sé que es uno de ellos. De lo que sí estoy seguro es de que, para mí, es el mejor de todos los tipos. Íñigo, mi marido. Hoy cumple 40 años. Creo que es una cifra importante. La mitad de la vida, por así decir. Cuando yo cumplí esa edad, 40, tuve esa sensación, difícil de explicar de manera apresurada (ya habrá ocasión, si procede, en este espacio o en otro, de reflexionar sobre ello detenidamente). Me gustaría llevarle a cenar a Nueva York, a aquel local que nos recomendó Elvira Lindo y donde le hice numerosas fotografías, pero me temo que hoy no va a poder ser. No importa. Ya habrá tiempo. Intentaré llevarle, con la ayuda de la música del señor Sinatra, a la luna, una vez más, que tampoco es un mal sitio, ¿no?  

jueves, 1 de octubre de 2015

Octubre

Octubre es el mes del año que más me gusta. Quizá influya el hecho de haber nacido a medidos de este mes, no lo sé. Según se acercaba el día del cumpleaños, la emoción iba en aumento: como ocurría en las Navidades, cuando se iba aproximando el día de Reyes. Sé que hay gente a la que no le gusta celebrar su cumpleaños. A mí, sí. Lo ideal es, no vamos a engañarnos, haciendo un viaje. Pero si no se puede, no se puede, y no importa. Me conformo con una buena comida con mi familia. Besos, risas, libros de regalo, un par de botellas de vino y malos rollos fuera. Cuando conocí a Íñigo y descubrí que su cumpleaños era también en octubre, justo una semana antes que el mío, aquello me pareció un buen augurio. Y ahí estamos. Aquí estamos, contando los días, desde esta primera jornada del mes. Esta mañana, al abrir la ventana, sentí ese frío característico de octubre. Se ha presentado sin rodeos, como debe ser. Y aunque ese frío no le sienta demasiado bien a mis huesos, es un frío que me reconforta. Y que me lleva, una vez más, al pueblo de los abuelos, a aquella mesa situada debajo de la higuera que, imponente, se erigía delante de la casa y que por estos días ofrecía ya sus frutos más jugosos. La mesa donde me instalaba para leer, para escribir mis primeras historias y para observar todo aquel mundo que, a punto de cumplir cuarenta y cuatro años, es el mundo más preciado de mi memoria.