miércoles, 23 de septiembre de 2015

La mujer del tren

La mujer está esperando, delante de nosotros, a que el tren se pare para bajarse de él. Tendrá unos sesenta años, un cuerpo menudo y un intenso olor corporal. Viste un abrigo de tonos grisáceos y su pelo está cubierto con un pañuelo negro. Lleva cinco viejas y pesadas maletas: cada una de ellas cerrada con un diminuto candado plateado que contrasta con el tamaño de las propias maletas. Cuando el tren se detiene, mueve todo ese equipaje con dificultad. Sólo una de las maletas tiene ruedas. Pese a que somos varias las personas arremolinadas en torno a la puerta, nadie le echa una mano. Nosotros lo hacemos. En el andén, con un carrito para el equipaje, la está esperando un trabajador de la estación. Es un chico joven, sonriente, que parece contrastar datos en el móvil. A la ciudad están llegando los primeros refugiados. Antes de irse, la mujer busca mi mirada y me dice gracias en francés. Su voz es dulce y cristalina. Tiene los ojos vidriosos. Sólo dice eso: Merci. Y yo -creo que por primera vez en mi vida- no puedo decir nada. De hecho, no decimos nada hasta un buen rato después, cuando dejamos atrás la estación y el sol calienta tibiamente nuestras cabezas como en aquellos septiembres en los que nuestra única preocupación era volver al colegio después de las vacaciones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario