jueves, 6 de agosto de 2015

Un recuerdo para Chavela

Ayer se cumplieron tres años de la desaparición de Chavela Vargas. No es ningún secreto: Chavela era mucha Chavela, viva o muerta. La voz de Chavela era una escena clave en una película de Almodóvar, un puñetazo en el estómago (algo así, a veces, como la lectura de un poema de la Pizarnik), un bálsamo reconfortante para nuestros dolores, para nuestras noches de amor y, sobre todo, para nuestras noches de desamor. ¡Cuánto ha escuchado uno a Chavela después de romper una historia de amor o cuando uno se enamoraba (ah, la juventud) de aquellos amores imposibles y algo estúpidos! Chavela estaba ahí, cómplice y aguerrida, como la madre que defiende a su manada con uñas afiladas y sin miramientos. Su voz -salvaje, arrolladora- era la voz para los que sufrían, para los que amaban demasiado, para los solitarios, para los que no tenían cobijo. La voz para los que, de un modo u otro, perdían la partida y se emborrachaban, como ella misma había hecho tantas veces en aquel pasado repleto de luces y sombras. Aquel pasado -inquietante, mítico, cargado de anécdotas, de satisfacciones y de derrotas, de amores posibles e imposibles, de caricias y de arañazos- que ella traía con naturalidad -la naturalidad de las personas realmente grandes- al presente. Ella, su voz, abrigaba todo ese desamparo como lo hace siempre un buen texto literario cuando todo parece no tener remedio, aunque lo tenga en realidad. Era una de las grandes: como lo fue la Piaf o como lo son la Faithfull, la Minnelli y la Pradera, por citar sólo unos pocos ejemplos, cada una en su estilo.
Chavela, aquella noche, la única que la vi en directo, en el teatro Jovellanos. Hora y media de concierto, más o menos. Hora y media, más o menos, de silencios, de lágrimas, de emociones, de recuerdos, de misterios, de escenas claves en películas de Almodóvar o de poemas como puñetazos (la Pizarnik, otra vez, sin ir más lejos). Hora y media, más o menos, de saber que estabas asistiendo a un momento único en tu vida. Uno de esos momentos en los que el tiempo se detiene para cambiarlo todo: la perspectiva de las cosas, el filo de las emociones, la sombra de los recuerdos, las luces del presente. Chavela, aquella noche, de rojo y negro, a escasos metros de mi butaca, era un sueño posible. La voz -salvaje, arrolladora- que sonaba en la penumbra de una habitación retumbaba ahora en aquel teatro en el que nadie se atrevía a moverse de su butaca ni a carraspear para no romper aquel silencio que sólo se quebraba con el eco de aquella voz -salvaje, arrolladora- que venía a ser como una especie de redención. De plegaria atendida. De deseo cumplido.
La recordamos ahora porque se cumplen tres años de su muerte, pero eso no es más que una disculpa. Su voz, su presencia, su libertad están siempre presentes, a cada momento. Son las señales que nos recuerdan que no estamos solos, aunque el tiempo avance y nos vaya devorando poco a poco, casi a dentelladas.  

2 comentarios:

  1. Las personas excepcionales permanecen siempre en el recuerdo y a través de su obra. Chavela es, sin duda, una de esas personas. Bonito homenaje Ovidio.
    saludos!
    Sandra.

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  2. Vive en tu recuerdo cada vez que piensas en aquella noche, en aquel escenario, en aquella ciudad.

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