domingo, 19 de julio de 2015

Imágenes de domingo

A pesar de que aún hace mucho calor, me apetece caminar. Salgo a la calle. Doy un largo paseo. Llevo días pensando en ese bebé que apareció en un contenedor de basura. Durante el paseo, esa imagen vuelve a mi cabeza. No hay palabras para describir la brutalidad de ese acto: abandonar a un bebé en un contenedor de basura. No quiero pensar más en ello. No quiero leer más artículos sobre el tema. Sigo caminando. Intento distraerme con la gente que encuentro a mi paso. Diferentes tipos de personas. Tres chicas que vienen de la playa: las pieles bronceadas, las risas contagiosas, el olor a bronceador que dejan tras de sí, la rabiosa juventud. Un chico que escucha canciones por los auriculares y las va tarareando en voz alta. Una pareja de ancianos sentados en un banco (él escucha la radio sin auriculares, ella lee una revista y se abanica con ella cada poco), compartiendo una botella grande de agua. Una mujer con un sombrero de paja que me pide un cigarrillo y que pone mala cara cuando le digo que no llevo tabaco encima. Un joven que va dando voces por la calle, aunque no se entiende nada de lo que dice y no se dirige a nadie en concreto. Hay gente un tanto extraña por la calle. Las tardes de los domingos de verano son así también: un poco extrañas. Todo parece ir a su aire, quizá un poco a la deriva. Sobre todo, en las ciudades. Mejor no pensar demasiado. Me siento en un banco del parque. El sol intenta colarse entre las ramas de los árboles, pero no lo consigue. Es un banco solitario, alejado del resto. Incluso corre un poco de brisa. No se oyen voces, ruidos, palabras. Por unos instantes, no se oye nada: como si estuviese yo solo en la ciudad. Sí, durante esos instantes, tengo esa sensación. Sólo el movimiento de las hojas de los árboles levemente mecidas por esa brisa consigue romper el silencio. Saco del bolso un libro de Alice Munro. Conozco ya esos cuentos, pero no importa. Munro es una de esas escritoras a las que siempre vuelves a descubrir aunque hayas leído sus textos varias veces. De repente, esa sensación de domingo a la deriva desaparece. Las palabras de Munro son tan poderosas como la brisa, como el movimiento de las hojas, como el silencio. La sensación de domingo -domingo en la ciudad, verano, calor- desaparece. Sigo leyendo, en ese banco alejado del resto, esperando la última luz del atardecer.    

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