jueves, 16 de julio de 2015

Días en la Semana Negra

Los libros, los escritores, los lectores, las personas que sólo van a pasar la tarde (antes o después de la playa), el sol, la lluvia, el cielo encapotado, el calor, el polvo, la arenilla, la comida dulce y la comida salada, las jarras gigantes de cerveza, el agua fría, los helados, las colas para el baño, el calor humano, los cuerpos gloriosos y los menos gloriosos, la música que te pertenece (esa canción que suena ahora mismo) y la que no lo hace, el jolgorio, las risotadas, las palabras entre los libreros y los lectores, las palabras de los libreros con otros libreros, el periódico que te meten por debajo de la caseta y que alguien te reclama con educación, la clienta que te pide un libro que no tienes y la que te compra uno (o varios) tuyos, los clientes que se sorprenden de ver un libro determinado sobre la mesa y lo compran (o no), los clientes a los que todo les parece caro y te piden una rebaja, la niña que sonríe detrás del mostrador, la que juega con su helado de fresa, la que sorbe su granizado de limón, la que le pide a su madre que la lleve a alguna de las atracciones, el olor a calamares, a perritos calientes, a patatas fritas, el olor del mar que también llega cuando lo hace la brisa y que borra todos los demás olores, la explosión de luces que ves desde tu puesto de librero, y también las luces de la noria que se recortan contra un cielo que poco a poco se va volviendo más y más oscuro. Esa hora en la que se confunden el cielo y el mar, y que determina la hora de la partida. 
Todo esto es lo que compone la Semana Negra de Gijón. Este año, por primera vez, trabajando como librero allí. Hoy es mi último día de trabajo: vendiendo libros, poniéndolos y quitándolos de un lado a otro, hablando con la gente, observando en silencio cada movimiento, contemplando las luces que van y vienen, que confunden mar y cielo, todo ese revoltijo. Ha sido una semana intensa y fructífera de trabajo. Y he podido comprobar eso que dice mi amigo Rafa, el estupendo librero de La Buena Letra, que cuando has sido librero, aunque -lamentablemente- no ejerzas, lo eres ya para toda la vida.
Volveré. No sé cuándo ni cómo, pero sé que volveré a ese oficio. Hay cosas que uno tiene muy claras.   

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