jueves, 9 de julio de 2015

A través de una ventana abierta

A través de la ventana abierta de la cocina, cuando ya va oscureciendo, llegan una serie de sonidos que te evocan a otros sonidos que ya has escuchado alguna vez, en diferentes casas. La pareja que está discutiendo, la niña que no quiere cenar, las manos que baten huevos para una tortilla, la voz conocida que proviene de alguna televisión, el grifo de agua que corre con fuerza, la tertulia de alguna radio, el ladrido de un perro al que no le hacen mucho caso, el pitido de una olla, el adolescente que escucha una música estridente y la madre que le dice que se ponga los auriculares porque ya no son horas... Estoy ahí, en silencio, escuchando, mientras preparo la comida para mañana. Voces que, como digo, remiten a otras voces parecidas. Voces que se entremezclan y que conforman un tejido cotidiano. Voces a las que no hace falta ponerle rostros. Esas mismas voces que podía escuchar en casa de mis abuelos los fines de semana o en casa de mis padres, también al caer la tarde, cuando, encerrado en mi habitación, estaba terminando de hacer los deberes o leyendo algún libro nuevo que había caído en mis manos. Se podría escribir una historia con cada una de esas voces. Los motivos por los que discute la pareja, por los que la niña no quiere cenar, de quién son las manos que baten los huevos para la tortilla, el tipo de persona que escucha esa radio o esa televisión (qué emisora, qué canal), si el perro quiere salir a la calle o se queja porque es viejo y no le hacen demasiado caso, qué se está cocinando en esa olla (quizá lo mismo que se está cocinando en la mía, quién sabe), la historia de ese adolescente que escucha música estridente a todo volumen y que es la historia de todos los adolescentes que, como él, en cualquier rincón del mundo, están en sus casas a esas horas deseando estar en cualquier otra parte. La historia de su madre, esa mujer -quizá un poco harta de la jornada o demasiado cansada- que le manda ponerse los auriculares. Y a la que, de repente, cosas del cine, mientras miro el reloj y compruebo que es la hora de retirar la olla del calor, yo le pongo el rostro de Adriana Ozores.   

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