jueves, 9 de abril de 2015

Escuchando a Billie

Escuchar a Billie Holiday a lo largo de los años, desde que la descubrimos en aquel tiempo ya tan lejano. Escucharla en muchos momentos, según el estado de ánimo. Bajo todos los estados de ánimo. Escucharla mientras cocinas, mientras abres una botella de vino, mientras escribes, mientras corriges lo que has escrito, mientras tomas una taza de té, mientras lees ese libro que deseas que no se acabe nunca, mientras compruebas que la vecina de enfrente (que otra vez se ha olvidado de teñirse el pelo)sigue cocinando con un cigarrillo entre los labios, mientras acaricias a la gata y piensas en tus cosas o no piensas en nada, que a veces es lo mejor que uno puede hacer, no pensar en nada. Escuchar esa voz que es como un lamento glorioso, como alguien que goza y que sufre por amor, que tiene un nudo en la garganta y un trago de whisky justo al lado de ese nudo. Escucharla ahora, mientras él, concentrado y silencioso, trabaja en su ordenador. "Te estaré viendo en los hermosos días de cada verano,/ en toda la luz del día,/ yo siempre pienso en ti de esa manera". Recordar cómo la aguja del tocadiscos rasgaba suavemente esas palabras de Billie, en aquel tiempo. Escucharla entonces, con apenas diecisiete años, mientras pensabas en aquel chico (también de ojos azules) que tanto te gustaba y al que tú también le gustabas (estoy convencido), aunque ninguno de los dos os atrevieseis a decir nada. Escuchar a Billie -como a Piaf, a Faithfull, a Fitzgerald, a Chavela...- y sentir el mismo torrente de emociones que sentiste cuando la escuchaste por primera vez junto a aquella amiga que muchas veces recuerdas y que te preguntas por dónde andará. Sobre todo, ahora. Sí, ahora. Cuando llega la primavera y lo único que apetece es sentarse en una terraza y leer y ver a la gente que pasa. Imaginarte sus vidas. Lo que no se ve. Lo que se intuye. Sentir el sol en la piel, y ya está.
Muchas cosas cambian. Otras, seamos o no conscientes de ello, permanecen intactas. La voz de Billie es una de esas cosas. Billie: en esta casa y en la casa de mis padres, en aquel hotel, en aquel avión, en aquel tren, en aquellas vacaciones. En cualquier estación del año, añorando (o viviendo) la noche, las noches. Billie, en cada recuerdo. En muchos recuerdos. Lo bueno de ir cumpliendo años es que te permite hacer eso: almacenar buenos recuerdos, aligerar el peso de los otros, que ya no está uno para demasiadas tonterías. Billie, gloriosa y desgraciada, oscura y luminosa al mismo tiempo, capaz con su voz de remover heridas y de arrastrar melancolías, seguirá cantando cuando de nosotros ya no quede más que un leve recuerdo en quienes nos conocieron. Como canta ahora mismo, Billie. Con ese nudo en la garganta y ese trago de whisky al lado que todo lo araña, que todo lo remueve.  

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