miércoles, 11 de marzo de 2015

El temblor de la nieve

Un matrimonio joven y atractivo pasa unos días en una estación de esquí con sus dos hijos. El paisaje es idílico, espectacular, bellísimo. Montañas de nieve. Humo de nieve, dice la mujer. Alrededor del lujoso hotel, esa intensidad blanca se impone por todas partes, llegando casi a abrumar. Un día, sentados los cuatro en la terraza del hotel, les sorprende una avalancha incontrolada de nieve. Así arranca `Fuerza mayor´, la película de Ruben Östlund. Y ahí, en ese preciso instante, comienzan los conflictos. El padre huye despavorido. La madre se queda con sus dos hijos. La trama girará en torno a ese hecho, la avalancha de nieve y los diferentes comportamientos que surgen a raíz de ella. Lo aparentemente modélico del matrimonio se desmoronará por momentos. Se abre la brecha. De las palabras, surgirán las heridas. Heridas que quizá no lleguen a cicatrizar. Aún no lo sabemos. Nadie saldrá indemne, en todo caso. Lógico. Habrá varios testigos: los amigos (secundarios fabulosos: sobre todo, la amiga de ella y el amigo pelirrojo). Y ese trabajador del hotel que fuma y observa con una mirada turbia que lo expresa todo y que tiene algo de personaje de película de Michael Haneke. De hecho, la película en su conjunto tiene algo del cine de Haneke. Lo inquietante. Sí, ésa es la palabra. El temblor que surge cuando lo cotidiano (o lo que esperamos ante determinados acontecimientos) desaparece. Cuando el río, a punto de desmoronarse, cambia su rumbo. Cuando sobre el blanco inmaculado, comienzan a aparecer otros colores que ensuciarán su pureza. Quizá no haya retorno. Seguimos sin saberlo. Los personajes hablan (podría convertirse fácilmente en una obra de teatro: no sería mala idea). Hablan mucho. Sobre todo, ella, la madre, que lleva la voz cantante. Que se rebela, que no da crédito a lo ocurrido, a la actitud de su marido. Espléndida Lisa Lovin Kongsli. ¡Cuánta fuerza detrás de su aparente fragilidad! (Al final, en el último, inesperado y magistral tramo de la película, seguirá demostrándola). Por momentos, me recordó a la gran Irène Jacob. La Jacob (¿qué habrá sido de ella?) de las películas de Kieslowski, concretamente. Buen futuro -si tiene suerte- se le augura a esta brillante actriz.
Y aún queda ese final que antes mencionaba. No desvelaré nada, por supuesto. Pero creo que es uno de los finales más redondos para una película que he visto en mucho tiempo. Lo inquietante -de otro modo- continúa. La fragilidad humana es tan intensa que casi da vértigo pensar en ello, ver esas imágenes, pensar en las posibilidades. Lo enigmático del comportamiento de la amiga conduce la inquietud a lugares insospechados. Y ella, la madre, vuelve a demostrar su fuerza, su superioridad.
Una de esas películas que invitan a constantes reflexiones sobre el comportamiento humano -tan variado, tan extraño- y que conviene no perderse.  

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