miércoles, 24 de diciembre de 2014

Pensar en Navidad

Piensas en la Navidad y piensas en todos aquellos años, los primeros de tu vida, en la casa de los abuelos, riendo sin parar, comiendo chocolate, jugando al calor de una cocina de carbón, protegido del exterior, de todo lo que vendría después y que entonces, por fortuna, aún desconocías. Piensas en Navidades más recientes y piensas en esas cenas en casa de tus padres, ya sin los abuelos, con ellos, tus padres y tu hermana y tu marido y ese tío que hoy lucha por la vida en un hospital donde todo aún huele a nuevo y a hospital porque los hospitales, por nuevos que sean, siempre huelen a hospitales. Piensas que eso, su ausencia hoy en la mesa, ensombrecerá inevitablemente la celebración. Qué risa nos provocaban las historias que nos contaba mi tío de sus años mozos por las noches de París. En los excesos estaba la gracia de todo aquello: juergas, champán, amores, juventud, voces aguardentosas, misterios... Y bebíamos vino por si acaso aquella era la última Navidad que pasábamos todos juntos, riéndonos con aquellas historias, que nunca se sabe. Piensas en esa amiga a la que se le acaba de morir el padre y piensas en aquellas palabras que escribió Soledad Puértolas tras la muerte de su madre, refugiada tal noche como la de hoy en un hotel, comiendo un miserable sándwich con su marido, alejada de todo bullicio y celebración. Piensas que algún día tu Navidad también será así, pero lo piensas fugazmente, como si no fuese contigo la cosa. ¿Para qué darle más vueltas a la cabeza? La vida no es más que este momento. Este mismo en el que estoy escribiendo esto y poco más. El que se lleve a engaño, peor para él. La que se lleve a engaño, peor para ella. Cuando uno llega a cierta edad, debe aprender a frivolizar las cosas, las situaciones. Piensas que te gusta la Navidad a ratos, dependiendo de las circunstancias. Las de este año no son demasiado propicias. Y entonces vuelves a pensar que es mejor frivolizar, escuchar alguna canción navideña, abrir la botella de vino, extender el mantel, comer lo que no deberías comer, no pensar. No pensar mucho en las ausencias (será inevitable) y no pensar mucho en las circunstancias (vamos a intentarlo). Pensar que eres afortunado y pensarlo en serio. Y luego ya, no pensar más. Nada más. Dejarse llevar. Simplemente. Por el ritmo de la música, o de las copas, o del excesivo dulce, o de las risas. Por las voces que te rodean. Por los ojos de los que te miran. Por ese momento, el que estás viviendo, el de esta Navidad. El único que cuenta.

1 comentario:

  1. No darle vueltas a la cabeza y vivir el momento, claro que sí, esa es la actitud. No conseguiremos resolver los problemas, ni recuperar las ausencias, pero es la única manera de disfrutar del día a día, pensando en no perdernos ni un segundo y sintiéndonos afortunados, porque como te dije el otro día, tienes muchos motivos para sentirlo y en serio. Feliz Navidad

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