domingo, 7 de diciembre de 2014

Amar una cara es amar un alma

La historia de un hombre, escritor de profesión, que se obsesiona con la vida de otro hombre, el asesino de Martin Luther King, James Earl Ray. Y la fascinación por una ciudad, que acaso sea mucho más que eso, una ciudad, Lisboa. Acaso un deslumbramiento, un refugio, un estado de ánimo. El final de un trayecto, el reposo de un viajero, el aire limpio que a ratos se inunda de cierta melancolía y de cierto misterio. Sí, también podría ser un escondite. Un buen escondite. Se narran ambas historias, intercaladas, entrelazadas, la del asesino y la del escritor. El antes y después del famoso asesinato y el antes y el después del éxito de la novela del escritor cuya historia transcurre, precisamente, en esa ciudad, Lisboa. Leemos ambas historias casi de un modo vertiginoso, sin poder apartarnos del libro. Dos hombres, tan distintos, que, cada uno a su modo y con sus diferentes razones, huyen. Las huellas que uno de esos hombres, el escritor, trata de rastrear en las calles y las tabernas y los hoteles que el otro, el asesino, dejó. Y las huellas que la propia vida va dejando en su biografía, la del escritor. Su vida profesional y su vida personal. ¡Qué hermosas son las páginas donde se narra el principio de la historia de amor con su segunda mujer! Podríamos decir que son las mejores páginas que este hombre, el escritor, obsesionado con la vida del otro hombre, el asesino, ha escrito hasta la fecha. El latido inicial de una historia que comienza, el miedo de no volver a ver ese rostro que ya se ama ("Amar una cara es amar un alma", escribe Thomas Mann y recuerda el protagonista de esta historia, el escritor, fascinado ya por esa mujer, cuya sombra distingue en la penumbra de las habitaciones que han compartido), la fragilidad que arrastra todo principio amoroso, la misteriosa y arrebatadora fuerza del deseo.  Y el temor a perder todo eso y que se refleja magistralmente en una estación de tren, en las décimas de segundo en las que el hombre, en la época (no tan lejana en el tiempo) sin móviles, cree haber confundido el lugar de encuentro con la mujer a la que ama. Apenas unas páginas que, como si de la escena cumbre de una película se tratara, te dejan prácticamente sin aliento.  
Antonio Muñoz Molina ha escrito mucho, y muy bien, a lo largo de todos estos años. Y es difícil escoger entre páginas tan magníficas. Sin embargo, no tengo la menor duda de que si hubiese que hacerlo, las páginas de este libro, "Como la sombra que se va",  ocuparían un lugar destacado. Las páginas de ese hombre, el asesino, que huye y las páginas, tan desnudas, donde el otro hombre, el escritor, narra la fascinación por una ciudad que es mucho más que una ciudad, Lisboa, y por la mujer de la que se ha enamorado y que Thomas Mann, con apenas siete palabras, supo definir de modo magistral: "Amar una cara es amar un alma". Esa mujer que al hombre, al escritor, le gusta observar sin que ella se dé cuenta, distinguiendo su rostro entre los cientos de rostros que puedan pasar por su lado, ajenos a unos ojos que miran y a otros ojos que no saben que en ese preciso instante son observados. Detalles que hacen que pudiese escribirse el amor con mayúsculas, dejando atrás pudores y demás tonterías. Detalles que definen a ese hombre, el que escribe y el que ama de ese modo.
No os la perdáis. Creo que no es un mal consejo.
   

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