martes, 28 de octubre de 2014

En aquel andén, una tarde de invierno

En medio de una fría tarde de invierno, haciéndose paso entre las gentes que bajaban de aquel tren con sus pequeñas o grandes maletas y sus bolsas de mano, apareció la figura de una mujer que destacaba poderosamente sobre todas las demás personas. El pelo largo y alborotado, a su aire; las ropas negras y sobre ellas una sencilla bufanda de color fucsia que también iba a su aire; el paso firme y decidido. Era ella, sí. Charo López. La actriz. No venía cansada, ni con cara de sueño después de aquellas largas horas de viaje. Venía entusiasmada, risueña, alegre, contenta. Con ganas de leer los textos de Maruja Torres y Rosa Regás en el teatro Campoamor (donde, años atrás, la había visto interpretando a Sarah Bernhardt junto a Emilio Gutiérrez Caba): para lo que había sido convocada. Nos besó y abrazó efusivamente. Y mientras lo hacía, yo no era del todo consciente de que estaba besando y abrazando a una de las cómicas que más había admirado en toda mi vida. Aquella mujer que había visto en películas, series de televisión y obras de teatro. Los ojos de Charo, en aquella fría tarde de marzo, seguían siendo los mismos que aparecían cuando su imagen se colocaba bajo los focos o tras las cámaras. Unos ojos que podían expresar cualquier sentimiento sin falta de añadir ni una sola palabra. Luego, claro, vinieron la voz y las carcajadas. El sentido del humor. Y aquella especie de curiosidad e ilusión juvenil por casi todo. Su belleza seguía siendo apabullante. Esa belleza que va más allá de lo físico (y qué físico), que entronca directamente con la inteligencia. Y que es la belleza que a uno le interesa. Aún no había cumplido los setenta. Hoy cumple setenta y uno. De ahí, estas palabras. De ahí, como un rendido homenaje, que vuelva a ocupar espacio en este blog.
Se ha hablado mucho de ella. De su misterio, de su risa, de su magnetismo, de los directores con los que trabajó y de los directores con los que -lamentablemente- no lo hizo, de sus memorables interpretaciones. (No hace falta recordarlas porque están en la mente de todos, pero sí quiero señalar su presencia en una interesante película que pasó sin pena ni gloria y que hoy resulta imposible rescatar: "Pasajes", de Daniel Calparsoro). Todo ello es cierto. Como es cierto que si fuera una actriz americana tendría varios Oscar (y no dudo que uno de ellos sería por los inolvidables cinco o seis minutos que aparece en "La colmena", la impecable adaptación de la obra de Cela por parte del gran Mario Camus: cinco o seis minutos que le bastan para definir la vida de su personaje, su pasado y su presente). Y todo ello -podría decir- es poca cosa al lado de aquella imagen que quedará grabada en mi mente mientras tenga memoria: la de aquella fría tarde de invierno, tirando de su pequeña maleta por un andén lleno de gente, destacando -sin pretenderlo- sobre el resto de aquellas personas. 
Y luego, con fuerza, la voz y las carcajadas. Pero antes la mirada. La mirada sobre todo lo demás.  

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