sábado, 6 de septiembre de 2014

Otro verano en retirada

Nunca me han entusiasmado los veranos. Los únicos que me gustaban eran aquellos, los de la infancia, en los que la idea del viaje (sin ser consciente de ella todavía) estaba presente y donde todo aún estaba por determinar. Por descubrir. Recuerdo veranos enteros metido en salas de cine y bibliotecas frescas y con olor a humedad leyendo todas las obras de un determinado autor, el elegido para aquel verano. Era una especie de tarea que me imponía a mí mismo para huir del calor y de la soledad del adolescente solitario que fui. No lo pasaba mal. Todo lo contrario. Para las noches, tenía la radio, la lectura, la escritura y más películas. Películas proyectadas mientras la casa estaba en penumbra y todos dormían. No había problemas ni quebraderos de cabeza. El futuro estaba por delante. Y, en aquel tiempo, uno confiaba en que las cosas iban a salir del mejor modo posible. No había dudas sobre eso.    
Está a punto de acabarse otro verano. No ha sido el mejor de mi vida, precisamente. Pero no vamos a quejarnos. Vamos a encarar el otoño, día a día, ¿para qué plantearse las cosas a largo plazo? La vida es muy caprichosa, así que dejemos que nos sorprenda. Lo va a hacer, sorprendernos en uno u otro sentido, de todas las maneras, nos pongamos como nos pongamos. Que actúe a su manera. Como siempre hace.
Han pasado cosas buenas en este verano, también tengo que reconocerlo. Nuestras vacaciones en Alicante y en ese pueblo maravilloso de Asturias, Sevares, donde hemos pasado varios días gracias a la generosidad de los buenos amigos (las buenas amigas). Los amaneceres en uno y otro lugar. Las cervezas a media tarde, charlando. O leyendo. El regreso a aquella playa, la de San Juan, después de tantos años. El cúmulo de emociones que eso trajo consigo. De recuerdos. Compartidos con Íñigo, bajo aquellos cielos tan azules y siempre despejados. Aunque el vértigo que provocan los años transcurridos desde aquellos viajes de la infancia sea enorme, ahora está su mano y sus silencios cómplices para afrontarlo. Nos hemos reído con Araceli y su marido, siempre con ese vino que nos encanta cerca, compartiendo esas risas y los problemas que nos unen. Me gusta pasar la tarde con Araceli porque es una persona que te contagia su sentido positivo de las cosas, pase lo que pase. He conocido en persona a Sergi Bellver. Y no me decepcionó: todo lo contrario. Parecía que fuésemos amigos de toda la vida. Con la gente generosa (y más si compartes modos de ver la vida), siempre resultan fáciles las cosas. Y he presentado su libro, "Agua dura", cuya relato "Islandia" me sigue estremeciendo cada vez que lo leo (por ese motivo una de sus frases está entre las citas de mi nueva novela, a punto de llegar de la imprenta). Fue una tarde gloriosa, llena de amigos e interés por la literatura, que es una de las cosas que más me pueden entusiasmar. Sigo echando mucho de menos mi trabajo en una librería (aquella tarde, como tantas otras, fue inevitable pensar en ello), por eso, lejos de albergar resentimientos, me alegra hacer cosas así. Entre libros: ahí es donde soy verdaderamente feliz. Creo que la cámara de Íñigo jamás pudo captar una fotografía donde no se reflejase eso. He paseado mucho, como siempre. He paseado y he leído mucho. Los paseos me ayudan a despejar la mente, a no enmarañar los problemas. Mi madre va recuperándose poco a poco de ese terrible brote de su enfermedad. Y eso es verdaderamente lo único que me importa: su mejoría.
No ha sido el mejor verano de mi vida. Pero, pensándolo bien, tampoco ha estado tan mal.
 

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