lunes, 29 de septiembre de 2014

La isla mínima

No es una película cualquiera. Es una de las mejores películas que he visto en los últimos tiempos. Una película española, curiosamente. Toda esa gente que ataca indiscriminadamente al cine español (no importa de qué intérprete, director o historia se trate: el caso es atacar), debería ir a verla. "La isla mínima", de Alberto Rodríguez. La historia es sencilla. Dos hombres investigan la desaparición de unas jóvenes, en un rincón de mala muerte de este país, en los primeros años de la democracia. Ese argumento que hemos visto cientos de veces en películas (buenas y malas) y en series de televisión (buenas y malas). Sin embargo, la atmósfera creada, la tensión, la manera de llevar la historia, los intérpretes y la dirección hacen que se nos olvide lo trillado que, inicialmente, pueda parecernos el argumento. La historia te atrapa desde el momento mismo en que empieza la película. Te atrapa hasta el final. No desfallece en ningún momento. No hay tregua. No hay trampas ni tiempos muertos. El guión es muy sólido. No hay hilos secundarios que te despisten de la historia central. Todo está perfectamente amarrado. El escalofrío surge cuando tiene que hacerlo. Dos horas que transcurren en un soplo. Para ello, aparte de ese guión absolutamente perfecto, de esa dirección impecable, de esas localizaciones que se acoplan perfectamente a la historia que se narra, Alberto Rodríguez cuenta con dos intérpretes de excepción: Raúl Arévalo y Javier Gutiérrez. Los dos están soberbios. Forman uno de esos dúos interpretativos tan sólidos que, ante cualquier premio, el trofeo debería ser repartido entre los dos. Se complementan. Se apoyan. Se necesitan. Dos maneras de entender la profesión que les cayó en suerte. Presente y pasado (presente y pasado también del propio país: ¡esos residuos franquistas!). Dos miradas que no pasan desapercibidas. Javier Gutiérrez se ha llevado el premio de interpretación del Festival de San Sebastián. Y se llevarán más, los dos, si hay justicia. Quizá su personaje, con los múltiples matices que esconde, sea más jugoso, más lucido. No obstante, no hay que olvidar la contención, los silencios y la mirada de Raúl Arévalo. El contrapunto. De ahí, como digo, que se trate de un poderoso trabajo a dos manos. Sus mejores interpretaciones hasta la fecha. Sin duda alguna.
Es una película española, sí. Una de las mejores que he visto en mucho tiempo. Fuera prejuicios (quien aún los tenga), por favor. Merece la pena entrar en la sala de cine, dejarse llevar por una historia dura y bien contada, recuperar la magia de aquellas primeras sesiones de los sábados o  de los viernes (los días de los estrenos). Salir del cine y, aún conmovidos, comentar la historia. Sintiendo aún el escalofrío y la emoción de lo que has visto.        

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