sábado, 9 de agosto de 2014

Los entresijos de la escritura

La obra de Soledad Puértolas es -junto a la de Antonio Muñoz Molina, Javier Marías, Álvaro Pombo y la primera etapa de Adelaida García Morales- la más destacada de aquella generación que surgió a finales de los años setenta, casi en los principios de la democracia. Desde su primera novela, "El bandido doblemente armado", que logró el Premio Sésamo, hasta la última, "Mi amor en vano", publicada en septiembre de 2012, Puértolas ha ido construyendo una sólida carrera donde las novelas se alternan con los textos biográficos, ensayos sobre los autores que la han influido ("La vida oculta", Premio Anagrama de Ensayo, que más de un punto en común guarda con este libro que ahora publica, recogía una amplia selección de ellos) y los relatos, género que domina a la perfección (podría señalar muchos, pero voy a detenerme en uno de los último que ha escrito, "El fin", publicado en la revista Turia: un prodigio de concisión y reflexión sobre el paso del tiempo). Entre las influencias de su obra -tan personal, tan fácil de identificar con su autora, con un lenguaje tan depurado-, están desde los grandes narradores americanos -cuentistas, sobre todo: pienso en John Cheever o Raymond Carver-, pasando por Chéjov, Baroja o sus admiradas Ana María Matute o Alice Munro.
Nos llega ahora un libro muy interesante, el que hoy comentamos, editado primorosamente por la Universidad de Valladolid, con excelente prólogo y edición a cargo de Francisca González Arias. El libro está dividido en varias partes, que podríamos resumir en dos: literatura y vida. La mirada de la autora se posa en las palabras que otros escribieron y nos cuenta las experiencias que sobre ella ejercieron. Y en la vida, la suya propia y la de los demás. "Cómo son los demás", se pregunta. "¿Cómo soy en relación a los otros?". La escritora observa y luego lo plasma en el papel. La observación es primordial para luego escribir sobre ello. Sin esa observación, podríamos decir, no habría esa escritura. La observación y el recuerdo son imprescindibles para escribir. Así aparece reflejado en estos textos, donde se encuentran hallazgos realmente importantes sobre la condición humana, sobre la mirada que ejercemos sobre los demás, sobre nosotros mismos.  Textos breves (y no tan breves) que encierran muchas dudas. Lo enigmático que es vivir. O lo raro, en palabras de Martín Gaite (a la que se dedica uno de los textos: las dos escritoras, Soledad y Carmen, desde el mirador de un viejo y emblemático café de Madrid, el del Círculo de Bellas Artes). Y la precisión con la que -sutilmente- Puértolas va despejando, casi sin querer, alguna de esas complejas dudas que la vida nos va planteando. Y de repente, casi como por arte de magia, todo puede volverse sencillo de repente. Un paseo cerca del mar, una terraza, una cerveza y la observación. Y la seguridad de que todo eso, en algún momento, irá a la novela que se está escribiendo. Cuando observar (y pensar e inventar) es narrar. Ahí, sí, la vida se vuelve placentera. No hay enigmas. No hay dudas. Es un estallido de luz. Luego, inevitablemente, regresarán las incertidumbres, los misterios. Y habrá que tratar de desvelarlos de nuevo. No hay que alarmarse, ésa parece ser la clave de todo. Los nudos, en ocasiones, consiguen deshacerse solos. Aunque, por momentos, su complejidad nos aturda, nos bloquee.
No se trata sólo de una recopilación de textos sobre literatura y vida, sino de un interesante recorrido por una vida dedicada a la lectura y a la escritura. A las palabras, que servirán para crear personajes, captar detalles, jugar con los matices, descifrar esos misterios que conforman el día a día. Las palabras, sí, para enfrentarse, de un modo u otro, al mundo. Para transitar por él. Y tratar de darle una determinada forma. Un sentido
Cuando observar (y pensar e inventar) es narrar, insisto. Cuando todas esas cosas -observar, pensar, inventar, narrar- se convierten en literatura, alcanzando cotas de alta envergadura.

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