martes, 26 de agosto de 2014

En Palermo Viejo

(Texto escrito para el homenaje a Cortázar organizado por Chelo Veiga desde la Biblioteca Sara Suárez Solís)

Estoy tomando una copa de vino tinto en un café de Palermo Viejo. Me queda poco tiempo para cumplir cuarenta años. Todos tenemos sueños, diferentes tipos de sueños. Uno de los míos era estar aquí, en Buenos Aires, a ser posible antes de cumplir los cuarenta. A veces, el recorrido para alcanzar esos sueños es largo y costoso. A veces, pese a ello, algunos sueños se consiguen. Aunque después uno tenga la sensación de que ya no se va a conseguir ninguno más. Suena una música suave -jazz- que encaja perfectamente con el ambiente y con la decoración un tanto decadente del local. Saboreo lentamente el vino tinto. Acabo de comprar dos libros. Uno de Haroldo Conti (que no he leído, ya que sus libros no son fáciles de encontrar en nuestro país) y otro de Julio Cortázar (que sí leí años atrás). Los  dos son libros de cuentos. De repente, ya no estoy sentado en un café de Palermo Viejo ni estoy a punto de cumplir cuarenta años. Tengo veinte años y estoy en un café de mi ciudad, hablando de Cortázar con mi mejor amiga de entonces. Más allá de la literatura de Cortázar (sus cuentos nos fascinan), nos cautiva la leyenda. Los cafés de Buenos Aires y de París. Los viajes y las andanzas. Los poemas, los relatos y el amor por el jazz desde la adolescencia (para escándalo de su familia, que prefería la música clásica y el tango). "Rayuela" y su manera especialísima de entender la literatura, de romper con todo lo anterior. La amistad con Alejandra Pizarnik y con Cristina Peri Rossi (nos entusiasman ambas escritoras). Nuestra ciudad no tiene mucho que ver con París o Buenos Aires, pero esa leyenda, la del escritor, consigue que estemos allí, en aquellas ciudades que queremos visitar, sin estarlo. Durante una buena etapa de nuestra juventud, junto a otros muchos escritores, Cortázar forma parte de nuestras vidas. De nuestra juventud. Las primeras lecturas y las primeras tertulias. Aquel rostro atractivo, la voz que escuchamos en alguna grabación con sonido añejo, rasgado.
Aquella juventud que aquí, sentado en un café de Palermo Viejo, a pocos meses de cumplir los cuarenta, vuelvo a recordar. Inevitablemente. ¿Pasearía Cortázar por esta misma calle? ¿Se sentaría en este café decadente y acogedor? ¿Escribiría, incluso, algunas líneas desde este mismo sofá, justo al lado del ventanal sobre el que va cayendo la noche, mientras se tomaba una copa de vino? ¿Por qué no está mi amiga aquí, en este café, evocando conmigo al escritor?
Todos son preguntas. Todo vuelven a ser preguntas. Como siempre. Y sólo -acaso- una certeza: la literatura. La que queda. La que nunca se va. En Palermo Viejo o en una ciudad, la mía, que también podía ser la que quisiéramos. Con la ayuda del jazz y de las palabras de aquel escritor argentino al que tanto admirábamos. Todo lo demás era prescindible.  

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