domingo, 18 de mayo de 2014

El hombre que no inventé

Durante más de veinte años,
te inventé.
Al principio,
como todos los juegos,
resultaba divertido.
Poco a poco,
fue dejando de serlo.

Ya no quería una idea,
el trazo de un dibujo o
el de un personaje.
Quería un hombre de carne y hueso
que caminase a mi lado:
buscando hallazgos,
compartiendo imperfecciones.

El hombre que apareció
aquella noche,
de carne y hueso.
Pronto descubrí,
pese a la borrachera
(aún eran los tiempos de quemar los días y
agotar las noches de aquellos viernes),
que superaba la expectativa
de mi invención. 

Sería demasiado largo
describir aquel instante.
Como también lo sería
describir el momento
en el que descubro tu presencia
cada mañana,
tantos años después.

Nada hay comparable a eso, por cierto.
La debilidad de la carne,
el  temblor del deseo
y todos los sentimientos que se arremolinan
en torno a él.
El comienzo de una nueva jornada
en la que caben todas las posibilidades
antes de ser cruelmente derrotadas.

A veces, en ese primer momento
de la mañana
-la luz filtrándose por la persiana,
perfilando tu rostro-,
no nos veo a nosotros.
Sólo distingo a dos hombres
-en cualquier rincón del mundo,
con parecidos anhelos a los nuestros-
que transitan por una especie de sueño.
Dos hombres que saben
que el fuerte vínculo que les une
es lo único real.
Y que todo lo demás,  
es lo que hay que seguir inventando.



 

No hay comentarios:

Publicar un comentario