miércoles, 16 de abril de 2014

Reunión familiar

Hay novelas que te atrapan desde las primeras líneas. Novelas en las que te sumerges de lleno en la historia que te están contando, que encuentras rápida complicidad con los personajes, que quieres que formen parte de tu vida mientras dura el tiempo que la estás leyendo. Que al dejar de hacerlo, de leerla, sigues pensando en ella, en la novela, y en ellos, los personajes. La última novela de Alejandro Palomas ("Una madre", publicada por Siruela) pertenece de lleno a este grupo de novelas. Una cena, la del último día del año, es motivo suficiente para que todos los personajes se reúnan alrededor de esa madre, el personaje central de la historia, sobre el que giran todos las demás. No es una madre perfecta (ni falta que le hace: ¿quién quiere serlo?): es una madre de carne y hueso, y punto. Una madre con sus ocurrencias, con sus virtudes, con sus defectos, con sus debilidades, con su particular modo de ser, con sus ingenuidades, con su positivo modo de ver las cosas pese a que no todo lo que le ocurre sea así, positivo. Con esa fuerza que hay en la mayoría de las madres y que ayuda a tirar hacia delante con lo que sea, con los problemas que vayan cayendo sobre sus hombros y sobre los hombros de las personas que la rodean y que la quieren. Un personaje con una luz y una entidad propios, enemigo del silencio. Alrededor de esa cena -en la que, como es natural, van surgiendo muchas cosas-, y en esos continuos vaivenes en el tiempo que Palomas maneja con sabiduría, vamos conociendo a todos los personajes, a esa familia que no tiene nada de extraña, que es una familia que trata de superar los baches, de divertirse, de reírse, de compartir el hombro cuando toca, de sobrevivir. Como (casi) todas.
Quiero destacar entre las muchas virtudes de la novela, esa precisión con la que se mueve entre lo poético y lo humorístico. Nunca falta el sentido del humor. Que es una de las bases del texto y de la propia vida. No es un humor que te haga reír a carcajadas. No se trata de eso, sino de un humor que puede con lo feo (e inevitable) que ocurre en todas las vidas y un humor al que aferrarse para que todo lo amargo resulte más fácil de digerir, aunque a veces -como ocurre con el humor que más me gusta- te congele la sonrisa. Sin él, sin ese sentido del humor (con sonrisa congelada incluida), estaríamos completamente perdidos. Y eso, la madre del título, lo sabe. Hace tiempo que lo sabe.
El resto de esos personajes que giran alrededor de la madre, cada uno con sus particularidades, reflejan a la perfección caracteres de los tiempos actuales. Con sus dolores, con sus quebraderos de cabeza, con sus ilusiones, con sus frustraciones, con sus fantasías, con sus miedos, con sus anhelos. Cada uno, con su propia personalidad, con su pasado, compone el elenco de esta familia que se sienta alrededor de una mesa, el último día del año, como si fuesen los actores de una gran obra de teatro. Esa fiesta que comienza un poco antes, sin esas flores que, con el recuerdo de la señora Dalloway cuando salía a comprar las suyas, la madre se olvidó de comprar. Pero no importa. Las flores son lo de menos.
Creo que Alejandro Palomas ha escrito su mejor novela hasta la fecha. Una novela tierna, intensa, a ratos divertida, intimista, donde las luces y las sombras, las risas y los tramos más oscuros, se entremezclan. Y donde el escritor demuestra todo su talento, que -como sabíamos- no es poco.

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