miércoles, 12 de marzo de 2014

La chica del restaurante chino

La chica estaba comiendo en el restaurante donde te ofrecen la mejor cocina china de esta ciudad. El restaurante es el típico restaurante chino, sin ningún tipo de reformas. Como eran en los años noventa, cuando empezaron a proliferar de manera un tanto exagerada. Por otro lado, es de los pocos que ahora quedan abiertos por aquí. Quizá han reducido espacio (hacen muchos pedidos a domicilio), pero la esencia, entre oriental y levemente hortera, sigue siendo la misma. Dragones, terciopelos rojos, fuentes, farolillos: lo clásico. Éramos los únicos en ocupar una de las mesas. Cuando nos empezaron a servir, llegó ella, una chica entre treinta y cuarenta años, y se sentó en una mesa cercana a la que nosotros ocupábamos. Parecía una mujer solitaria. Siempre es difícil definir estos términos, pero había algo en ella -la mirada, la forma de moverse, la manera de dirigirse a la camarera o de darle vueltas a la servilleta- que hacía que imaginaras que no era ése el único domingo que comía sola. Miraba con recelo a su alrededor, como si alguien la estuviese observando o persiguiendo. No ocultaba cierta tensión, cierto nerviosismo, cierto malestar. La tenía justo enfrente: aún así, dado su comportamiento, trataba de que nuestras miradas no se cruzasen, aunque no siempre resultaba posible. Pidió sopa de pollo con setas, arroz tres delicias y algo más que no llegué a oír. Hablaba en voz muy baja, casi en un susurro. Como si temiese que, al hacerlo más alto, alguien pudiese reprenderla. Parecía asustada. Como si tuviese miedo de enfrentarse al mundo. Me recordó a esa etapa de la primera adolescencia en la que la timidez nos vuelve retraídos. Sobre todo, cuando nuestros padres no nos acompañan en lugares públicos. Recordé así aquellas primeras veces de la adolescencia en las que entré solo en un cine: aquellas sensaciones que oscilaban entre el temor y la aventura. Pero la chica no era una adolescente. Se trataba de una mujer hecha y derecha, quizá más cerca de los cuarenta que de los treinta. La tensión se percibía claramente en su rostro, incluso en su manera de comer. Como si alguna sombra la acechase. ¿Qué misterio envolvería esa sombra? ¿Un jefe pesado, un novio del que trataba de huir por algún motivo, unos amigos de los que deseaba esconderse? Quién sabe. Quizá sólo se trataba de una manera de ser, aunque no estoy muy seguro de ello. La mirada la delataba. Pensé por un momento en la protagonista de la película "La herida", pero luego decidí que tampoco conviene exagerar. Podía ser una chica solitaria, un domingo al mediodía, en una ciudad que llenaba las terrazas debido al buen tiempo. Simplemente. Lo demás, todo lo demás, sólo eran conjeturas, meras divagaciones, enigmas por descifrar. La dejamos allí, terminando su comida, con la mirada un poco ausente. Afuera, seguía luciendo el sol. Como en los días más cálidos del verano. De regreso a casa, seguí pensando en ella. Más como si fuera la protagonista de un relato por escribir que la persona real que estaba comiendo a escasos metros de nosotros en el mejor restaurante chino de la ciudad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario