sábado, 15 de marzo de 2014

El vestido plateado

Mi amiga quería un vestido plateado para ponerse el día que se muriese su padre. Me llamó para decírmelo y para pedirme que la acompañara a comprarlo. Me sorprendió su elección porque siempre había sentido adoración por su padre, que últimamente no andaba muy bien de salud. Y se supone que un vestido plateado es para una ocasión especial. Para una cita, para salir a bailar o para celebrar algo importante y no para acudir al cementerio a despedir a un padre. Mi amiga, desde el otro lado del hilo telefónico, notó la sorpresa que sus palabras provocaron en mí y me explicó que un día, muchos años atrás, se había puesto un vestido plateado en una Nochevieja y que su padre le dijo que estaba tan guapa que quería que cuando él muriese se pusiese para despedirlo un vestido así, nada de colores negros ni nada de eso. Un vestido plateado, como el de aquella Nochevieja, ¿te acuerdas? Eso le dijo su padre. Mi amiga se acordaba perfectamente. Aquella noche había despedido el año cenando con sus padres y después había salido a bailar conmigo hasta que el amanecer nos sorprendió en algún tugurio que hoy será una de esas tiendas donde se compra oro o un local vacío, tapiado con maderas cruzadas. Hay muchos locales así, tapiados con maderas cruzadas o recubiertos de polvo, por aquella zona por la que solíamos salir a bailar. Aquellos tiempos que no desaparecerán del todo mientras la memoria sea más fuerte que la crisis. Yo puede que recordase aquella noche en cuestión, pero no recordaba en absoluto aquel vestido plateado del que mi amiga desconocía su paradero. A veces, la memoria va a su aire: tiene su propio ritmo.
Quedamos en un sitio céntrico, tomamos un par de Martinis rojos y nos fuimos a buscar el vestido plateado para guardar en el armario hasta el día que su padre falleciese. Pese a los años transcurridos desde aquellas locas noches de baile y excesos (fueran Nochevieja o no), mi amiga seguía teniendo un buen tipo y no fue difícil encontrarlo. Un vestido plateado. Es increíble lo que uno se puede encontrar en los últimos días de las rebajas. Allí estaba, el vestido plateado. Parecía estar esperándonos. Le sentaba como un guante. ¿Te lo pondrás realmente para despedir a tu padre cuando llegue el momento?, le pregunté, ya sentados en una terraza soleada, delante de otro Martini rojo. Por supuesto, sentenció. La idea de mi padre me parece estupenda. Y, además, pienso respetar su deseo. Guardaré el vestido en el armario y lo pondré ese día, que espero que tarde mucho tiempo en llegar, añadió. Después, entre risas, brindamos y confiamos en que el día que tuviese que ponerse el vestido tardase, como ella decía, en llegar. Y lo hicimos tantas veces que a punto estuvimos de irnos a bailar, como en aquellos lejanos tiempos, tan difíciles de olvidar.

1 comentario:

  1. A lo mejor siendo tan previsora lo que hace es alejar la sombra de la muerte de su padre lo más posible. Quién os vería buscando el vestido plateado mientras recordabais entre risas los tiempos en los que la crisis no existía o si existía, no para vosotros.

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