jueves, 5 de diciembre de 2013

Madres e hijas

El tema es complejo y fascinante. Sin centrarnos en la literatura -que es el motivo principal que me ha impulsado a escribir este texto: la aparición de la decimoquinta edición del libro que coordinó y prologó Laura Freixas para Anagrama hace casi veinte años-, puedo decir que he conocido a lo largo de mis cuarenta y dos años de vida muchas relaciones muy diferentes entre madres e hijas. Creo que es una de las muchas cosas positivas de escuchar a las mujeres. Mujeres de todo tipo, de toda clase social, de cualquier edad o manera de pensar. Incluso en esas maneras de pensar que, por diferentes razones -ideología, entre ellas-, no coinciden con la tuya. Escuchar, sí. Así vamos aprendiendo. Comprendiendo. Aceptando, incluso, posturas vitales que se alejan por completo de nuestro propio modo de pensar o de entender el mundo, tratar de aceptarlo y no volvernos locos. Hasta lo que nos puede parecer increíble o surrealista puede tener, detrás del hilo de una conversación -ah, el interlocutor y sus búsquedas, como apuntó Carmen Martín Gaite-, su justificación. Me refiero, por ejemplo, a esas relaciones madre e hija que no tienen nada de idílico. Hay muchas veces que esas relaciones, madre e hija, están repletas de sombras, de lugares donde parece imposible llegar a un acuerdo, a un punto de comprensión o de serenidad por ambas partes. La complejidad del ser humano. De cualquier clase de relación. También de las relaciones entre algunas madres e hijas. Hablo -porque me lo han contado: mujeres con sus trabajos, con sus rutinas, con sus parejas o sin ellas, con sus idas y venidas, con sus altos y bajos, con sus alegrías y sus frustraciones, como todo el mundo- de relaciones, en algunos casos, francamente complicadas, donde la rivalidad o el odio (ya sé que la palabra suena fuerte, pero no se puede aplicar otra) se ponen de manifiesto. No todas las relaciones madre e hija son así, afortunadamente. He conocido muchos otros casos de relaciones espléndidas entre madres e hijas, incluyendo a las de mi propia familia. Quizá he recuperado de la memoria las complicadas y las he apuntado aquí para desmitificar un poco esa imagen idílica que nos han vendido durante tantos años sobre la maternidad. Digámoslo claro: hay mujeres que quieren ser madres y hay otras que no quieren de ninguna de las maneras. (Y aún siendo madres, ésa no es su principal razón de vivir). Y parece que hay que decirlo en voz alta, sobre todo -creo- en tiempos como estos de importante retroceso en la manera de pensar de los jóvenes, según apuntan algunos estudios y estadísticas (en las que, según parece, el rol del hombre dominante -por decirlo de un modo elegante- vuelve a imponerse), y en la aplicación de algunas leyes. Como hace unos días en este mismo blog, vuelvo a hablar del aborto. Porque me parece terrible que, en un abrir y cerrar de ojos, se desplomen derechos que ha costado mucho tiempo, mucho sufrimiento y mucha reivindicación conseguir.
El tema, como apuntaba al principio, es complejo y fascinante. Y lo verdaderamente satisfactorio es comprobar que un libro que se publicó hace casi veinte años, continúe interesando al público. Más aún, en este tiempo en el que parece que la compra de libros también está en retroceso por diferentes motivos. Un libro, "Madres e hijas" -coordinado por Laura Freixas, a la que tanto debemos por sus estudios sobre escritoras, por sus publicaciones de autoras que eran prácticamente desconocidas en nuestro país, por su constancia y su lucha por la visibilidad del trabajo de las mujeres-, lleno de buena literatura. Hay textos verdaderamente memorables en este libro que ahora se reedita. Ana María Matute, Esther Tusquets, Carmen Martín Gaite (le sirven apenas tres páginas para conmovernos del mismo modo que si estuviésemos leyendo un poema magistral) o Soledad Puértolas, que ofrece el que considero uno de los mejores relatos de toda su extensa carrera literaria. Por citar sólo unos ejemplos. Hay más. Son catorce las escritoras que componen el volumen.
Veo la foto que Laura Freixas ha hecho de esa decimoquinta edición de este libro (que, como librero y escritor, me llena de una especial satisfacción que llegue a ese número de ediciones, y desde aquí propongo a quien corresponda un nuevo volumen sobre el mismo tema con otras escritoras, incluyendo a la propia Laura), y miro hacia las estanterías donde está mi ejemplar, tan manoseado ya por las sucesivas relecturas. Y pienso que yo, en aquellos casi diez años como librero, también tuve algo que ver en el éxito de este libro (perdón por la inmodestia) que siempre me empeñaba en tener en la librería, aunque no fuese una novedad. Esperando que alguien lo comprase por iniciativa propia o por recomendación mía. Pequeñas satisfacciones que uno recupera para seguir adelante. Luchando. Reivindicando tantas cosas (entre ellas, la buena literatura). Disfrutando. Escuchando. Sí, escuchando.

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