martes, 24 de diciembre de 2013

La última noche

Mi amigo Hilario Barrero va caminando por las calles de Nueva York. Faltan dos días para la Navidad. Dadas las fechas, como en la mayoría de las ciudades, hay un gran movimiento: gentes que van y vienen, con bolsas en las manos, buscando un regalo de última hora, una silla donde tomarse un Martini seco o un whisky doble después de tanto ajetreo. La Navidad resulta agotadora en todas partes. Está atardeciendo y empiezan a caer algunas gotas de lluvia. De repente, Hilario descubre el retrato de un niño apoyado contra un árbol, al lado de dos bolsas repletas de basura, y se queda sorprendido por el hallazgo. Duda, por unos instantes, si recoger la pieza y llevársela a su casa. Es un bonito retrato en tonos anaranjados y sepias. Un retrato antiguo. Un chico, el del retrato, de apenas siete u ocho años, muy guapo. Va vestido con un trajecito marinero y un pequeño gorro a juego. Hilario hace una de sus magníficas fotos y se pregunta qué habrá sido de ese niño, el del retrato. Y de repente, me doy cuenta de que yo lo sé. Sé donde está ese niño.
El niño que ahora se llama Cora y que ya no es ningún niño. Cora sigue siendo tan guapa como el niño del retrato, el niño que fue, pero los años han dejado inevitables huellas en su rostro. No quiere operarse esas arrugas. Ya ha tenido demasiadas operaciones a lo largo de su vida. Eso piensa. Además, todo el mundo dice que está mucho más guapa así, con el paso del tiempo reflejado en el rostro. Cora está a punto de cumplir cuarenta y cinco años. Sirve copas en un local de San Francisco y, en días especiales, el público le reclama que se siente al piano que hay al fondo y tararee con su espléndida voz ronca alguna de las canciones del viejo Broadway, parte del repertorio de Judy Garland incluido. Hoy será uno de esos días. Hace unas horas que recibió la noticia de la muerte de su tía Elaine, que vivía en Nueva York, en la misma calle donde Hilario encontró el retrato y se detuvo a fotografiarlo. Elaine era la única persona de la familia que se hablaba con Cora. Una vez al mes, más o menos, charlaban por teléfono. Se podían pasar hasta media hora haciéndolo. El día de su cuarenta cumpleaños la tía Elaine viajó hasta San Francisco para celebrar el evento y escuchar a su sobrina cantar. La tía Elaine conocía bien su talento. Cuando Cora era un niño y aún se llamaba Arthur -como ese padre que dejó de hablarle tras conocer el cambio de identidad de su hijo-, Elaine fue la primera en enseñarle a tocar el piano. Elaine se ganaba la vida así, impartiendo clases de piano, como Shirley MacLaine en "Madame Sousatzka", aunque con mejor humor que aquella vieja gruñona. En realidad, la tía Elaine se parecía más a Geraldine Page. El niño enseguida se hizo con aquello. Tenía talento suficiente para ello. Cuando los padres de Cora supieron que se había cambiado de sexo, se deshicieron de todas sus cosas. El retrato incluido. La tía Elaine se lo llevó a su apartamento y lo colocó cerca de aquel piano donde Arthur y ella habían pasado tantas tardes. Nueva York, al otro lado del enorme ventanal. En los días largos de primavera resultaba muy agradable escuchar aquella música que se mezclaba con el suave movimiento de las hojas de los árboles. Ese movimiento que muchas veces escuchamos leyendo algunas novelas de Truman Capote.
Ahora la tía Elaine se ha muerto. Con noventa años. Cora no podrá viajar hasta Nueva York. Los vuelos son demasiado caros para ella. Aún tiene algunas cuentas pendientes con sus médicos por pagar. Además, es Navidad y el local estará abarrotado de gente. Cantará algo para su tía esta noche. No elegirá ninguna canción triste. Eso está decidido. No era el estilo de la tía Elaine. Y sabe que, al hacerlo, podrá verla allí sentada, bebiendo su gin-tonic, como aquella otra noche, la de su cuarenta cumpleaños, la última noche que se vieron, ya tan lejana.

2 comentarios:

  1. Muchas gracias, Ovidio¡ precioso y emotivo cuento de Navidad. Realismo fantástico a todo pulmón. Un abrazo. Y felices fiestas. Me siento culpable no haberme traído el cuadro, pero ya es tarde.

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  2. Desde Guayaquil, Ecuador. Te descubro como escritor, y me maravillo con esta historia, con tu olfato para captar y crear a un entrañable personaje.

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