lunes, 4 de noviembre de 2013

Hallazgos de noviembre

El crujir de las hojas secas al pisarlas, la nieve que va apareciendo en lo alto de los montes, el frío que se adivina al otro lado del cristal al levantar las persianas de la habitación por la mañana, los cielos grises y plomizos, el olor de las castañas asadas en las calles más céntricas de la ciudad. Noviembre. En medio de los últimos calores del otoño y el alborozo y los excesos de los días navideños (que ya están a la vuelta de la esquina, según indican ya las estanterías de los grandes almacenes). Un mes extraño que comienza con la visita a los cementerios para honrar a los muertos (aunque no haga falta que sea uno de noviembre para recordar a los que se han ido definitivamente, si es que así lo deseamos) y en el que ya estamos plenamente instalados. Siguen llegando nuevos libros, nuevas películas. Y con todo ello, algunas decepciones. Y, también, ¡menos mal!, grandes hallazgos. Noviembre, ese mes que enlaza una celebración con otra y que, en sí mismo, no es más que un mero trámite, aunque intentemos, como siempre, sacarle el mayor provecho posible, que ya no estamos para desperdiciar días ni noches. Es una de la cosas que uno va aprendiendo con los años: que no debemos desperdiciar nada, que todo esto -los días y las noches- pasa en un soplo, en un abrir y cerrar de ojos, en un visto y no visto. Y ahí estamos. Viviéndolo y contándolo, que, con todo, no soy de esas personas a las que no les gusta este mes. Noviembre.
Viviendo y contándolo, sí. De la mejor manera posible. Como Siri Hustvedt en su nuevo libro, "Vivir, pensar, mirar", otra joya de Anagrama para estos días un tanto insulsos. Un libro dividido en tres partes. Deliciosos ensayos agrupados en los tres bloques que indica el propio título. La vida, el pensamiento, los ojos que observan. El atrevimiento de mirar, que diría Antonio Muñoz Molina es ese fascinante libro suyo en el que también nos habla de arte y de ojos que se detienen sobre él, sobre las piezas artísticas, de un estilo u otro, una y otra vez, para deleitarse con el genio de los otros, para entender sus demonios, sus miedos, sus misterios, sus inquietudes, sus miserias, sus grandezas. Para aproximarnos, quizá, a los nuestros.
No utiliza Siri un estilo rebuscado: todo lo contrario. Intenta atrapar, desde la sencillez, sus opiniones sobre un tema u otro: un recuerdo de su madre (unas palabras de su progenitora que no se le borran de la cabeza), un apunte (o varios) filosófico, una exposición, una fotografía y su evocación, una mirada -la suya- que se dirige siempre hacia los posibles ramos de flores que puedan estar decorando una habitación. En lo cotidiano o aparentemente sencillo, continúa escondiéndose el misterio (y la grandeza) de las cosas. La verdadera esencia de lo que nos explica, de lo que nos conforma. Lo que nos hace dudar, pensar, plantearnos cada pregunta, intentar descifrar cada enigma, cada incógnita. Algunas de ellas.
Vivir, pensar, mirar. Todo ello en armoniosa conjunción. Porque dentro de la memoria, de esta suerte de memorias, todo tiene cabida. Uno influye en lo otro, y viceversa. Vivir, pensar, mirar. Nada pertenece a lo ajeno en este ensayo compuesto por varios ensayos. O por varias memorias que van y vienen en el tiempo, en su fugacidad. O todo ello en un solo e imprescindible volumen. Uno de los grandes hallazgos que descubro en este mes, noviembre, mientras la lluvia golpea las ventanas, los árboles se siguen desprendiendo de más hojas y esperamos la llegada de Woody Allen, este viernes, con su nueva película.  
 

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