lunes, 5 de agosto de 2013

Una adorable criatura

Mientras el mundo se derrumba y la melancolía nos acecha, ¿qué mejor opción que ver una película de Marilyn? Una cualquiera, la que sea. Un homenaje -otro- para recordar que ya han pasado cincuenta y un años desde su muerte. No importa. El mundo se derrumbará (ya lo está haciendo), pero ella no. Ella permanecerá subida a sus tacones y a su talento de gran cómica. Su manera de sonreír, de caminar, de hablar, de mover los ojos, de transmitir alegría o tristeza, euforia o decepción... Todo eso es tan potente que permanecerá. ¡Esa manera de expresar la fragilidad en un cuerpo tan sexy, tan rotundo, tan espectacular! Nadie como ella supo hacerlo de ese modo. Han pasado cincuenta y un años y no hemos conocido a nadie que, ni de lejos, pueda evocarla. Marilyn, como tantas otras, fue única. Y supongo que es mejor que siga siendo así. Mientras haya deuvedés, habrá esperanza.
Qué lejanos aquellos tiempos en los que veíamos las películas en las cintas de los vídeos VHS. Los tiempos de nuestra primera juventud. En la noche, cuando todos dormían, volvían a aparecer en la pantalla todas estas mujeres que nacieron para convertirse en mitos inmortales. Antes de eso, como mi padre no quería comprarnos un aparato de vídeo para que no entorpeciera nuestros estudios, tenía que ver esas películas en casa de mi amiga Silvia. Con ella y con su madre, Loli, que siempre admiró profundamente a Marilyn (y con la que guardaba cierto parecido), vi aquellas primeras películas. Aún no había cumplido los quince años. Por la penumbra de aquel salón, desfilaron todas estas mujeres del cine. Loli nos contaba que la había visto en el cine, en Mieres, muchos años atrás. Pero nunca adelantaba nada del argumento. Sólo comentaba la admiración que, gran cinéfila como era (y sigue siendo), también sentía por ellas. Marilyn se paseaba por allí, con sus andares insinuantes y su fragilidad. (¿Cómo me definirías?, le preguntó un día a Truman Capote. Eres una adorable criatura, señaló el pequeño genio. Así lo cuenta en el magistral retrato -quizá el mejor de cuantos escribió- que el escritor trazó sobre ella). En aquellas tardes, veíamos "Niágara" o "Bus Stop" o "Eva al desnudo". A veces, si al día siguiente no había que madrugar para ir al colegio (¡cómo contrastaba la luminosidad y el talento de aquel cine con la grisura de aquellos curas y aquel paisaje!), veíamos dos películas seguidas. Y pensábamos que la vida iba a ser siempre así de fácil, que no habría derrumbes ni melancolías. Ni que nadie iba a arruinar nuestros sueños, los que estaban empezando a llegar. Que apagaríamos las luces y Marilyn o cualquier otro de aquellos mitos del cine clásico que también pasaron por aquel salón, podría solucionarlo todo. Y en parte, es cierto que fue así, que sigue siendo así. Apaguemos las luces y dejemos que esa magia siga funcionando. Es la única que sigue intacta, que nadie podrá arrebatarnos, aunque el mundo se derrumbe y la melancolía nos aceche con sus fauces y sus ganas de incordiar.  

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