jueves, 18 de abril de 2013

El pañuelo

Estos días, cercanos a nuestro aniversario de boda (¡tres años ya!), la enfermedad de mi madre ha vuelto a las andadas. Un nuevo brote se ha instalado en su espalda y, con dolores más intensos que en el brote anterior, apenas puede moverse. El especialista, siempre amable, correcto y cariñoso, ha dicho: esta enfermedad es así. Y le ha dado más medicamentos. Ya sé que he escrito mucho últimamente sobre este tema, pero la impotencia que me provoca esa enfermedad me obsesiona más que ninguna otra cosa. Me deja aturdido, abatido, impotente. Aunque delante de ella disimule y trate de buscar la risa por cualquier cosa. A veces, esa situación, la de buscar la risa a toda costa para que se distraiga y se evada (no siempre lo consigo), hace que me sienta como un payaso. Uno de los payasos tristes de los circos. Aquellos que tenían la cara pintada de blanco y la sonrisa, roja y enorme, congelada. Aquellos que intentaban hacernos reír a toda costa y detrás de los que se intuían vidas que caminaban por los bordes del alambre, por los abismos de la tristeza. Pero no queda otra: seguir adelante, aunque sea con pasos muy cortos y muy lentos, como los que mi madre da estos días. Ayer, camino del ambulatorio (los miércoles es el día de su inyección semanal), mi madre agarrada de mi brazo, recordó que llevaba días con ganas de comprarse un pañuelo. Un pañuelo que combinase con su chaqueta de color cereza. De camino, después del ambulatorio y el desayuno, siempre con ese paso corto y lentísimo, nos fuimos a comprar el pañuelo. La cara de mi madre, cuando sufre estos brotes, se transforma: está atravesada por el dolor, por el sufrimiento. Su rostro está ciertamente desencajado y más pálido, más hundido. Pero, al recordar el anhelo del pañuelo, su cara se iluminó un poco. Comprar un pañuelo, ayer, era para ella la aventura. Dejar por un rato la cama o el sofá (en ningún lugar desaparecen los dolores, puntualizó), y comprarse el pañuelo detrás del que llevaba varios días. Esa compra, la del pañuelo, era la única escapatoria. La manera de distraerse, de olvidarse momentáneamente de la maldita enfermedad. Pañuelos de todas clases y colores. Más cortos y más largos. De tela más suave o más rugosa. Se los puse todos, uno por uno, alrededor del cuello, y se miró en el espejo. Los ojos se le iluminaban cuando le recordaba que el domingo estaría mejor y que podría estrenarlo cuando nos sentásemos en una terraza, si hacía sol, si no regresaba el invierno, antes de comer. En aquel pañuelo, como en tantos otros insignificantes detalles, estaba la única manera de luchar contra el dolor. Y aunque sólo fuera por unos minutos, volvimos a hacerlo: luchamos contra el dolor, esquivamos por un rato la enfermedad. Le recordamos que no podrá con nosotros. Que siempre habrá un pañuelo de colores que pueda con ella, aunque sea por unos instantes. Esos instantes que nos devuelven la capacidad de escapar, de evadirnos, de dejar atrás esta jodida realidad.   

6 comentarios:

  1. No puedo evitar las lágrimas al leer tu comentario. Bendito sea el pañuelo que aparca el dolor,aunque sea por unos instantes. Y entre el desánimo y la impotencia considera que eres afortunado por vivir esos momentos que quedarán para siempre en tu memoria.Un abrazo muy emocionado .Hoy hace cuatro años que perdí a mi madre.

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  2. Mucho ánimo para los dos. La ilusión, por pequeña que sea, es el motor de la vida. Un abrazo.

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  3. La grandeza de tu madre está justamente ahí, en el poder de reinventarse a través de un pañuelo nuevo. Un beso para ella muy grande.

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  4. Tres cosas:
    - el inmenso poder de las cosas pequeñas para hacer frente al dolor, a las preocupaciones, a la desesperanza: un pañuelo que haga juego con la chaqueta color cereza, un perfume nuevo, una barra de labios, ... lo que sea que dé color a la vida y borre los grises por un momento;
    - el inmenso amor del hijo que abrumado por lo suyo, carga gustoso con la enfermedad, intentando poner a mal tiempo buena cara e incluso adoptar el papel de "payaso" aún cuando no le apetece nada;
    - el trascurso del tiempo que afianza vuestro amor y os hace crecer como personas y como pareja: felicidades por ello

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  5. No sabía de la recaída de tu madre, Ovidio. Lo lamento de verás. Del dolor ,del sufrimiento, son ahora tus lineas,tus preocupaciones, tus pesares.Deseo profundamente que eso que le mitiga,le alivia,le hace olvidarse del dolor se amplíe, se convierta en el "motorcito" de su recuperación. Tu madre es muy elegante,muy fuerte, y hace de un pequeño detalle el punto donde apoyar esa palanca que la hará recuperase de nuevo. Que no le falte tu sonrisa,tu apoyo y tu afabilidad. Que no te falte su ánimo para seguir adelante,para seguir luchando. Pronto se recuperará,ya lo verá, y ya tendrá aquel pañuelo que la hará seguir siendo tan elegante y coqueta. Un abrazote a los dos Ovidio.

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