jueves, 7 de febrero de 2013

La Piaf, al fondo

A veces la vida tiene esos pequeños regalos. Voces que recuerdan a otra voces. Leyendas que se van forjando día a día, casi al mismo tiempo que nosotros ocupamos el espacio de este presente, y recuerdan a otras leyendas. Así, Patricia Kaas cantando a Edith Piaf. No recuerdo muy bien la primera vez que escuché a la Kaas, pero sí la sensación que me transmitió: tan poderosa, tan magnética, tan carismática. Inolvidable. Sí recuerdo la dificultad de encontrar hace unos años sus discos por aquí y también recuerdo ir escuchándola en aquel primer viaje que hicimos a París, hace ya unos cuantos años. Me parecía lo apropiado, entre tantas músicas apropidas que uno puede ir escuchando de camino a París. Aunque no tuvimos la oportunidad de escucharla en directo, no resultaba difícil imaginar a Patricia Kaas (mujer atractiva y sensual, con ese aire, en ocasiones, a Jessica Lange: el mismo atractivo, la misma sensualidad, similar movimiento de las manos, de las caderas, similar misterio) cantando en cualquiera de aquellos cafés parisinos, próximos al Sena, en alguna penumbra cercana a algún piano, al caer la tarde y al refugio de un par de vinos después de las largas caminatas. Convirtiendo aquel café en un cabaret, que es algo que ella, en sus conciertos, sabe hacer muy bien. Como tampoco resultaba difícil escuchar en la imaginación a la Piaf, evidentemente. Ahora, ella, Patricia, le rinde homenaje a la Piaf. Todo un regalo, ya digo. La voz honda y desgarrada de Kaas es perfecta para esas canciones. (Es perfecta para todas las canciones, en realidad). Para su tristeza o su alegría. Para la melancolía o la euforia, según venga al caso de la emblemática canción. Todas lo son, emblemáticas. Y todas remiten, de una manera u otra, a determinados pasajes de nuestras vidas, cada cual escogerá los suyos. A mí, hoy, concretamente, a aquel primer viaje a París. Qué le vamos a hacer. Los tiempos están para que le pongamos humor y risas a las cosas, y se los ponemos, ¡vaya si se los ponemos!, pero también están para que nos dejemos llevar, de cuando en cuando, por la melancolía. Esa dulce melancolía que hace añorar algunos tiempos felices ("En el café de la juventud perdida", que diría Patrick Modiano), siempre tan presentes. O más que añorarlos, revivirlos. Esos recuerdos que están ahí, muy poderosos, en estas largas tardes de invierno y de lluvia que se parece a la nieve. No hay nada perdido mientras logremos conservalos así, vivamente. La Kaas canta, sí. Y ella, la Piaf, inolvidable, continúa al fondo.

1 comentario:

  1. Y en medio de ambas, tú: aterciopelando las notas musicales de unas palabras que lo dicen todo de la melancolía en el buen sentido.

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