martes, 4 de diciembre de 2012

Cuestión de actitud

No quiero ser pesimista (no lo soy), pero -no nos engañemos- no hay demasiados motivos para la alegría, con Navidad a la vuelta de la esquina o sin ella. Antes de todo esto, el mes de diciembre era un mes lleno de celebraciones. Comidas y copas con unos y con otros. Con esas personas que no veías muy a menudo y con las que sí lo hacías. Había que celebrar la Navidad, qué demonios. Estar aquí, un año más. No era poco motivo de celebración, desde luego. La vida es corta y ya que podemos contarlo siempre es mejor hacerlo con una copa de cava o de Rioja en la mano y un brindis. O dos. Este año, no sé yo... En todo esto iba pensando el sábado por la tarde mientras me dirigía al supermercado de ese centro comercial que está al lado de nuestra casa. A Íñigo, que anda estos días acatarrado, le apetecía un turrón de chocolate que han sacado este año con galletas Oreo en el interior y salí a comprárselo. Hacía mucho frío, aún no había oscurecido pero estaba a punto de hacerlo. Para mi sorpresa, el centro comercial estaba lleno de gente, como en sus buenos años, nada que ver con la desolación de los últimos tiempos, vayas a la hora que vayas. Había gente en todas las secciones y en las cajas del supermercado, casi todas abiertas, había largas colas. Bueno, pensé, no todo está perdido. Tuve que esperar un buen rato para pagar mi tableta de turrón (decepcionante, por cierto, por mucha Oreo que venga anunciada en el envoltorio: ya puestos a engordar, vale más hacerlo con las propias galletas Oreo, esas galletas que han aliviado más depresiones y momentos de bajón que el lexatín, directamente). Cada una de aquellas personas, haciendo cola, llevaba un montón de cosas apetecibles en sus carritos: gambas, embutidos, quesos, fiambres, botellas y dulces de todo tipo... Quizá era yo el único que llevaba una sola cosa en la mano. Supongo que estaban recién cobrados y algunos, los más afortunados, con paga extra incluida. Bien. Pese a todo, diciembre no parecía empezar mal. A punto estuve de ir a la sección de vinos y comprarme una botella especial. El consumo lleva al consumo. Y despierta la alegría. Me contuve. A pesar de los pesares, el mes de diciembre siempre lleva implícito muchas celebraciones (y decir celebraciones es decir kilos y colesterol, ácido úrico disparado y todo lo demás, ya lo sabemos), aunque cada vez van quedando menos amigos y los bolsillos están como están. Pagué mi turrón y salí del centro comercial, que estaba aún más abarrotado si cabe. En la calle, ya había anochecido. El frío cortaba la cara. No era, pese a todo, una sensación desagradable después del bullicio y el calor del centro comercial. Camino a casa, me encontré con otra gente que parecía dispuesta a devorarse la noche del sábado como si fuese la última de sus vidas. Recordé esa sensación. Tantos sábados de nuestras vidas, tantos años atrás (bueno, tampoco tantos). En los bares cercanos, había jolgorio, alegría, botellas de vino encima de las mesas, luces y espumillones. Hay que sobrevivir, me dije. Como sea. Otro diciembre. Quizá, para algunos, el peor de nuestras vidas en cierto sentido, pero... qué vamos a hacer... Habrá que disfrazar la realidad, ¿no? Como, posiblemente, estuviese haciendo toda aquella gente que reía y brindaba y bebía en los bares, dispuesta a la diversión y a lo que hiciese falta. Es diciembre y estamos aquí. Es más de lo que algunos pueden decir. Llegué a casa animado. Y sí, tengo que confesarlo, mientras Íñigo se decepcionaba con el turrón de marras, yo me abrí una botella de un vino que me supo a gloria. Y es que la actitud es el todo. A ver si nos convencemos.  

1 comentario:

  1. Nunca me ha gustado diciembre. Pertenezco a ese grupo de personas a las que la Navidad no les gusta. ¡Qué le vamos a hacer! Supongo que, fundamentalmente porque me entristeces. Pero este año, no sé, me noto distista. Quiero estar del lado de la alegría, porque estoy mejor que muchos y porque no tengo motivos para la queja. Precioso relato, Ovidio.

    ResponderEliminar