lunes, 29 de octubre de 2012

Variaciones en domingo

Del piso de arriba, al caer la tarde, llega el sonido de una música agradable. No se trata de una música cualquiera, sino la de un piano. Lo más probable es que alguno de los niños del quinto esté ensayando. A veces, pasa. En cualquier momento, cualquier día de la semana. Sobre todo, los fines de semana, claro, cuando los niños no tienen colegio y disponen de más tiempo libre para ensayar. Llega esa música y dejo de hacer lo que esté haciendo para escucharla. Me siento, cierro los ojos y la escucho. Me dejo llevar por esa belleza que amansa cualquier estado de ánimo que se aleje del sosiego. Aunque sean las seis de la tarde, como se trata del primer día del cambio horario (horario de invierno), parece que son ya las once o las doce de la noche. Estoy tumbado en la cama, leyendo los cuentos de Javier Marías. Esos cuentos (extraordinarios) que me voy dosificando para no terminarlos rápidamente, ya que el propio Marías ha reconocido que lo más probable es que no vuelva a escribir relatos cortos, una pena. Desde ahí, desde la cama, veo las ventanas del edificio de enfrente, casi todas, dado la oscuridad del cielo, con las luces encendidas. Y escucho esa música, la del piano que procede del piso de arriba, que le otorga un punto de melancolía al domingo, ya de por sí, a estas horas, un tanto extraño y melancólico. No ha sido un mal domingo, más bien todo lo contrario. Paseo por los puestos del Fontán, un buen Rioja leyendo el periódico y un cocido en casa de mi madre que estaba exquisito. Sin embargo... Los domingos por la tarde tienen algo inexplicable que nos aboca a ese estado de melancolía, de caminar por una cuerda que va flojeando. Son demasiado los planteamientos con los que se abruma la cabeza. Y llegan todos juntos, así, de sopetón. Por eso es mejor evadirse leyendo un libro, viendo una serie o una película en dvd ("Boston legal", la serie que protagoniza Candice Bergen, es la que me tiene enganchado estos días: me gusta su humor corrosivo, su mala leche, sus historias reales como la vida misma, y verla a ella, a Candice, y a un tremendo -en todos los sentidos- James Spader, siempre supone un buen aliciente) o dejándose llevar por el sonido de esa insperada música de piano interpretada por un niño que aún no tendrá ni diez años. También están esas otras historias que, para alejar los pensamientos menos apetecibles, te puedes inventar. Es fácil hacerlo mirando a través de la ventana, observar los movimientos de esa gente que no sabe que alguien se está fijando en ella. El piso de enfrente, por ejemplo, donde parece que vive un montón de gente. Y una chica, como ahora mismo, se pasa los días tendiendo ropa de cama en el tendal. Grandes sábanas que maneja con absoluta soltura mientras canturrea algo en un idioma que desconozco. Siempre parece alegre, siempre cantarina, siempre sonriente y hablando en voz muy alta. Muy mediterránea. ¿De dónde le vendrá ese buen humor perpetuo? Hoy no canta. Parece sorprendida por esa oscuridad que el cambio horario ha traido consigo. Quizá, como a mí, le llegue la música del piano y se esté dejando llevar por ella. Quizá no. Y se trate sólamente de cierta apatía por tratarse de un domingo por la tarde que parece un domingo por la noche. Quién sabe. Lentamente, como si tuviera ensayados sus pasos, se va alejando de la ventana, que no cierra pese al aire frío que se ha vuelto a levantar. Y se sienta en un sillón cercano y se queda ensimismada, escuchando. Sí, no cabe ninguna duda ya: hasta ella también llega esa música de piano que procede del piso de arriba y que empieza a hacernos olvidar que estamos en domingo, caminando por la cuerda floja.

1 comentario:

  1. Son extrañas y desasosegantes las horas del domingo una vez que has cumplido con todos los rituales(café,periódico,paseo,comilona, siesta,cervecita,paseo y...).Y...llega ese tiempo muerto,melancólico,suspendido,silencioso,imperturbable.Mañana también será otro día. Un saludo Ovidio.

    ResponderEliminar