martes, 11 de septiembre de 2012

Las Vegas

La imagen era patética. Eran las cuatro de la mañana y habíamos bajado de la habitación porque un coche vendría a buscarnos para llevarnos al aeropuerto, con destino a Nueva York, el último tramo de nuestro viaje. Antes de dirigirnos a la puerta del hotel, donde habíamos quedado con la persona que pasaría a recogernos, echamos un último vistazo a aquel espectáculo. Uno de los inmensos salones de juego, el del hotel donde nos habíamos hospedado dos días (no se necesitan más para conocer el lugar), a esa hora, las cuatro de la mañana. Mujeres adormiladas, con un evidente sobrepeso y los cigarrillos consumiéndose en los labios y el vaso de whisky muy cerca, echando continuamente monedas a las máquinas, moviendo -ya con dificultad a causa de la hinchazón de sus dedos y de las muchas horas que llevaban allí sentadas- las teclas. Grupos de jóvenes completamente borrachos vociferando en varios idiomas desde distintas mesas. Todos con grandes puros en sus bocas, los ojos vidriosos y las botellas de cualquier licor corriendo a raudales. Sí, como en esas películas demenciales que van camino de tener más partes que cualquier saga de terror. Una joven negra, espectacular, de piernas larguísimas y grandes pechos, medio desnuda (como todas las mujeres que trabajan en esos casinos, sea cual sea su cometido), que se acerca a nosotros y nos dice que estamos muy solos, que si queremos un poco de compañía. Un viejo sin dientes y con sombrero tejano, con un aire a Jack Palance, que, tras nuestra negativa a la muchacha, se acerca a ella con una sonrisa de medio lado (quizá producto de una parálisis) y un fajo de billetes en la mano y le dice algo así como que esa noche ha sido su noche de suerte. A rasgos generales, eso es el espectáculo de Las Vegas dentro de los casinos, da igual que sean las doce de la mañana que las cuatro de la madrugada. Juego y prostitución. Chicas desnudas buscando una oportunidad (o lo que sea), viejos grotescos y mujeres amargadas y alcoholizadas. Ausencia total de glamour o de algo que se le parezca. Por la calle, las cosas tampoco es que mejoren demasiado. Montones de gentes que piensan que hoy va a ser su día de suerte, tipos vestidos como Elvis que te ofrecen una foto o qué sé yo y jóvenes entregándote constantemente papeles en los que aparecen chicas desnudas con un número de teléfono sobre sus cabezas. Por no hablar de las reproducciones (absurdas) de esos lugares emblemáticos del mundo que no son más que la metáfora de nuestros días. Una horterada todo, vaya. Una horterada desmesurada, excesiva, se coja por donde se coja. Son las cuatro y diez de la madrugada y, dirigiéndonos a la puerta del hotel donde habían quedado en recogernos, pensamos que Las Vegas es el único lugar del mundo al que jamás volveríamos, ni aunque nos pagasen todos los gastos. A nuestro lado, una mujer que lleva puesta una cazadora vaquera sobre su uniforme de camarera, también está esperando a alguien. Tendrá unos sesenta años, la cara cansada y las piernas, que pueden verse perfectamente porque la falda de su uniforme de camarera es apenas un trapo de vistoso color que cubre su ropa interior, cansadas, hinchadas, llenas de varices y de morados. Nos pide un cigarrillo y lo fuma en dos minutos, con verdadera ansiedad. El coche que viene a recogernos acaba de llegar y, desde su interior, alejándonos ya de ese lugar al que no volveremos nunca más en nuestras vidas (estamos seguros), seguimos viendo a la mujer, apoyada en una esquina, esperando no se sabe muy bien a qué o a quién. Quizá a alguien que pasase a recogerla, quizá un cambio de turno. Nos alejamos de allí, sin saber aún que poco después, en Madrid, íbamos a tener una reproducción exacta de todo aquello. La sensación de que el derrumbe -en todos los sentidos- está cerca se hace cada vez más presente.

2 comentarios:

  1. Pues sí, eso es lo que nos espera en Madrid, mientras se desmantela todo lo público, le damos cobijo a la derrota, a la prostitución, y al juego desmesurado.

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  2. Querido Ovidio, me estoy poniendo al día después de las vacaciones, acabo de llegar borracha de luz y de frescura siciliana. Leer esta entrada tuya con unos días ya de perspectiva desde la elección de Madrid para ser Eurovegas, despues de la dimisión de la lideresa y después de haber pasado una semana sin pensar en nada... hace que parezca que ha pasado mucho más tiempo.
    Sinceramente no comprendo como nadie puede ir a Las Vegas, sin embargo, algo tiene el agua cuando la bendicen porque conozco mucha gente como tú o como yo (vamos de lo más normales, si en estos tiempos que corren alguno de nosotros es normal) que meten en su viaje a EEUU una parada en este sitio. No lo entiendo muy bien, la verdad, tu retrato es aún más amargo de lo que sería el mío porque el mío ni siquiera sería... si hay algo que me produce aversión en esta vida es el juego... pero eso te lo contaré en otra entrada.

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