martes, 7 de agosto de 2012

Madrid 1987, aproximadamente

He sentido un vértigo extraño al ver esta película, "Madrid 1987". En aquel verano, cuando se desarrolla la historia entre el viejo escritor y la joven estudiante de Periodismo, los dos encerrados inesperadamente en un baño cochambroso, yo tenía quince años. Como la chica de la película, Ángela, yo admiraba a los escritores que trabajaban en los periódicos nacionales y recortaba sus artículos y los guardaba en carpetas de colores (recordemos que aún no eran los tiempos de Internet) que, con el tiempo y las obras y los cambios de casa, se fueron quedando en el camino. Como ella, yo también admiraba a Truman Capote (y a Paco Umbral y a Manuel Vicent, dos escritores que pueden recordar al personaje de Sacristán, ese viejo zorro -temido y admirado- que se las sabe todas) y soñaba con escribir en unos sitios y otros. Ah, ser escritor. Ser escritor era algo que echaba a nuestros padres para atrás. Te morirás de hambre y todas esas cosas que nos sonaban tan lejanas, tan irreales. ¡Nadie se moría ya de hambre! Aquel tiempo ya no era el mismo que el de nuestros abuelos, el de la infancia de nuestro padres. Y que, pese a su contundencia, la contundencia de aquellas palabras, no nos asustaban. Con el tiempo, iría conociendo a otra gente que le gustaba hacer lo mismo: escribir. Y todo lo que gira a su alrededor: los libros, las músicas, las películas, el arte... La escritura, como todo, es un aprendizaje. Eso lo descubriría más tarde. Como también descubriría que hay muchos escritores (buenos y malos), y que genios, verdaderos genios, más bien pocos. Y vivos, menos aún.
¿La película? Es la mejor de David Trueba, hasta la fecha. El guión es espléndido. Y los actores, peso indiscutible de la cinta, están soberbios. Poco hay que añadir nuevo sobre Pepe Sacristán. Los gestos, la mirada, la voz, ay, esa voz... Borda su personaje, literalmente. No le vemos a él, después de haberle visto en tantas y tantas películas, después de tantísimos años de profesión, a Sacristán, sino a ese personaje curtido en mil batallas, que anhela, quizá como el náufrago anhela agarrarse a su tabla, atrapar la piel de la joven, de esa Ángela que interpreta María Valverde y que jamás se queda atrás en ese magistral baile a dos manos que ambos ejecutan durante casi dos horas.
No es una película fácil, pese a su aparente sencillez. Como no lo son los temas que se tratan en ella: la vida, la escritura, el cine, el arte, el pasado, el presente, el futuro... Los años de la dictadura, los primeros de la democracia... Un país que miraba, ilusionado, hacia delante, siempre hacia delante. Todo está ahí, en la palabra precisa del personaje de Sacristán, en su voz perfectamente modulada. Y en los ojos, vivísimos, de María Valverde. Pasado y presente y futuro. Sabiduría e inocencia. No, la vida nunca es fácil, en cualquier época. Nadie dijo que lo fuera. Dos miradas, las dos desnudas, mirando a través de un ventanuco. Dos miradas pidiendo auxilio, de diferente manera. Dos miradas buscándose, perdiéndose. Cuántas metáforas en esa búsqueda, en esa pérdida. Cuántas ilusiones y derrotas. Cuántos enigmas.

1 comentario:

  1. Más o menos por esa fecha, año arriba, año abajo, asistí a la presentación del libro de un famoso escritor, cuyo nombre callo. Cuando abrieron el turno de preguntas, contestadas (todo hay que decirlo) de manera borde y despectiva, un joven periodista (hoy famoso y nombre que por idénticos motivos también omito) preguntó: ¿a usted qué le motiva más a la hora de escribir? Contestación, "los ceros que voy aumentando en el banco". Sin duda, un tipo así es imposible que ame la escritura.

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