miércoles, 23 de mayo de 2012

Hoy es el día

Hoy es el día. Los ojos se abren en mitad de la noche, buscando los números de color verde de ese reloj que está sobre la mesita de noche. Aún es temprano, aún faltan unas horas, pero hoy, sí, es el día. Enciendes con un gesto casi automático la radio: las noticias de siempre. Va a llegar un momento en el que, de tanto escuchar el mismo sermón, nos vamos a acostumbrar a él, como uno se acostumbra e identifica el sonido de la lluvia cuando la ve caer a lo lejos, al otro lado de la ventana, aunque no la escuche nítidamente. Han pasado seis meses desde la primer visita al médico, a los pocos días de terminar el periodo navideño. De un médico a otro, de una consulta a otra, de una anulación a otra (urgencias, quirófanos ocupados, etc, etc). Y hoy, por fin, es el día. La primera vez que, dentro de unas horas, cuando ya haya amanecido por completo, entraré en un quirófano. Un tumor (benigno, dijo la doctora Rozas: encantadora, por cierto) en el ojo izquierdo, que hay que quitar de ahí. No es la mejor cita que haya tenido, desde luego, pero pienso que en cuarenta años entrar por primera vez en un quirófano tampoco está tan mal, viendo las cosas que se ven en los periódicos y a nuestro alrededor. Llevo muchos días dándole vueltas al asunto: ah, la maldita ansiedad que me acompaña como fiel compañera desde bien temprano, los dichosos nervios que no se aplacan, cumplas los años que cumplas. Pero ahora mismo, mientras escribo esto, no siento esa ansiedad, ese revoltijo de nervios que suben y bajan a su antojo de la boca del estómago a la cabeza y de la cabeza a la boca del estómago. Acabo de releer un relato de Alice Munro. No es de los últimos, ya tiene unos cuantos años. El libro ha sido reeditado recientemente, pero mi edición, publicada en el año 91 por Debate (en la portada, una mujer rubia y con un gran sombrero está sentada en una terraza, tomando una especie de combinado de color naranja, la mirada un poco perdida, como si estuviese esperando a alguien que no termina de llegar, la tarde parece luminosa), es una de esas pequeñas joyas que pagué en su momento (cuando el libro estaba descatalogado) a un precio excesivo y que conservo como oro en paño en la biblioteca. La sencillez con que está narrado el relato, la vida cotidiana de esos seres comunes y corrientes, como cualquiera de nosotros, ha hecho -creo- que no aparezca en mí nada de esa ansiedad que lleva días mordiéndome más de lo habitual, pese a la cita que me aguarda en unas pocas horas, cuando ya haya amanecido del todo. Supongo que, más tarde, según me vaya acercando a ese viejo hospital, aparecerán los nervios (ese revoltijo que sube y que baja, que sube y que baja), la ansiedad. Las ganas de que todo termine cuanto antes. ¿Cuánto durará la operación? ¿Qué sentiré cuando la enfermera introduzca en mi cuerpo los tranquilizantes que me dijeron que me pondrían nada más llegar al hospital? Es usted una persona muy nerviosa, ¿verdad?, me espetó el anestesista cuando, tras los correspondientes análisis, pasé por su despacho. Sí, señor, sí, le dije con resignación. A estas alturas, cada uno lleva sus cargas y las acepta casi sin rechistar. ¿Acaso queda otro remedio, otra opción? Pensaré, cuando me tumbe en la camilla, en otras cosas: en los días de verano que se acercan, en la calle de alguna ciudad por la que pasamos y de la que guardo gratos recuerdos, en las vidas -aparentemente apacibles- de los personajes del relato de Munro. Qué sé yo... Pensaré en los cielos azules que anuncian para estos días; en las terrazas en las que, como la mujer rubia y con sombrero de la portada del libro donde está el relato que acabo de leer, nos sentaremos con un combinado de color naranja o con lo que sea; en esa novela mía que pronto llegará a las librerías... Ésta será la lista de cosas en las que pensaré hasta que, probablemente, deje de pensar en nada. Y mi mente se quede flotando, divagando, atrapada en la luz.

2 comentarios:

  1. Hay algo que debes añadir a esa lista de cosas, Ovidio: ser por encima de todo FELIZ, aunque la vida muchas veces se empeñe en hacernos sentir precisamente lo contrario.

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