viernes, 11 de mayo de 2012

El nadador

Recostado hacia atrás en la silla, mientras el peluquero me recorta lentamente la barba, pienso en muchas cosas. Tengo los ojos cerrados y el sonido de esa maquinilla se transforma, de pronto, casi de un modo mágico, en otro sonido: en una música suave, agradable, quizá una pieza clásica, un punto melancólica, que suena de fondo. Afuera, la mañana sigue su curso y en ella, en la mañana soleada, tras esa puerta, se han quedado las estridencias, los problemas, los quebraderos de cabeza. Aquí dentro, con los ojos cerrados, escuchando esa música suave que hace inaudible el sonido de la maquinilla y el resto de los sonidos, sólo hay armonía. Una paz que sólo durará unos minutos, pocos, pero que es un regalo inesperado. De repente, el mejor regalo para esta mañana cercana ya al fin de semana donde el calor ha irrumpido como en los mejores días de verano. Pero no pienso en ellos, en los días de verano que vendrán (ni en los que se fueron), sino en días de invierno, refugiado en alguna piscina climatizada, la vida transcurriendo al otro lado de los grandes ventanales, la lluvia golpeando con fuerza contra ellos, la mala energía disolviéndose en el agua. Me viene a la cabeza la imagen de Jonás, el protagonista de "Los nadadores", de Joaquín Pérez Azaústre, la estupenda novela que estoy leyendo estos días. La imagen de Jonás en la piscina, recorriendo la ciudad hasta llegar a ella, rememorando el pasado con la chica con la que vivía, Ada. O tomando whiskies con su amigo Sergio. Esa imagen, la de Jonás, me lleva a la de Burt Lancaster, aunque no tengan mucho que ver, en "El nadador", de piscina en piscina. Quizá alguien pudiese pensar que esas imágenes pudiesen ser desasosegantes, pero no lo son. Al contrario, me relajan de un modo intenso, contundente. Me transportan a otras realidades, que acaso no sean tan diferentes. Ni siquiera la frase con la que John Cheever empieza el relato en el que se basa la película de Frank Perry y que ahora me viene también a la cabeza consigue desasosegarme. "Anoche bebí demasiado". Anoche bebimos demasiado, puede ser. ¿Quién determina la línea que separa lo que es poco de lo que es demasiado? Cada uno es el que lo hace, el que la determina. Además, ayer bebíamos para celebrar. Acercarse a los lectores siempre es motivo de celebración. Sentir que lo que has escrito ha llegado a un puñado de ellos. Sí, no cabe duda: eso es motivo de celebración, una vez más. Escribir siempre requiere soledad y concentración. (Como nadar). Por eso, después, con el trabajo ya hecho, no está mal rodearse de gente, saber que el esfuerzo ha merecido la pena. Que, por esta vez, habrá recompensa. También es motivo de celebración saber que la gente quiere leer esa novela que ya está definitivamente corregida y ese cuento infantil (y nada convencional) que acabo de escribir. Todo se andará. Saber que los lectores quieren leerlo, conocer esa expectación, es motivo más que suficiente para celebrar las cosas, aunque, como el protagonista del relato de Cheever, acabásemos -seguramente- bebiendo demasiado. Quizá Dorothy Parker no pensase lo mismo. Ahora la estoy viendo a ella también. Sentada en el hotel Algonquin, donde nos pareció verla la primera vez que estuvimos en Nueva York. A ella o a Jennifer Jason Leigh, cuyo rostro irá siempre asociado al de la escritora desde que protagonizó "La señora Parker y el círculo vicioso". También sonaba un piano, como el que suena ahora aquí, recostado en esta silla de peluquería, al fondo. Una voz me señala que el trabajo está terminado, que me mire en el espejo y compruebe si todo me parece correcto. Y lo hago, abro los ojos y me miro en el espejo, y digo que sí, que está muy bien, pero, en realidad, no estoy viendo mi figura en ese espejo, sino la de alguien que se parece a mí y que aún sigue pensando en otras cosas, como si estuviese flotando o nadando en alguna de aquellas piscinas que recorría Burt Lancaster. Lejos, muy lejos de aquí, de esa puerta, la de la peluquería, que ahora estoy abriendo y que, de repente, se ha convertido en una amenaza. En otra más.  

1 comentario:

  1. Me viene a la cabeza Humphrey Bogart. Y lo veo sentado en la recepción de cualquier, con los ojos cerrados, el cigarrillo a medio camino de sus labios y un Whisky con hielo en el vaso, mientras Lauren Bacall, saldría de la piscina con su cuerpo perfecto y mojado, invitándole a sumergirse en ella. Para mí, cuando te leo, me da esa paz que en algún momento del día tanto necesito.

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