sábado, 18 de febrero de 2012

Los otros son más felices

Dos mundos. El de la gente con dinero y el de la gente con menos posibilidades, la cosmopolita y la gente del pueblo (en el propio pueblo manchego o en la capital, Madrid), los padres y los familiares catalanes: "los Soley", "los primos catalanes". Y en medio, ella, la joven protagonista de esta novela, "Los otros son más felices", la cuarta de Laura Freixas. La joven, Áurea, de catorce años, ya en Cataluña, que es al lugar al que se traslada (como allí se trasladaba también Andrea, la protagonista de la novela de Carmen Laforet, "Nada"), va descubriendo otras voces, otros ámbitos (no cito en vano la novela de Truman Capote -otro clásico, al igual que la de Laforet-, también de iniciación) que marcarán su vida, un mundo alejado del suyo, de los suyos, y por el que siente una especie de admiración y de respeto en todo momento. Ese contraste -contraste de gentes, colores, olores, sabores y paisajes- es un hilo silencioso e importantísimo que recorre la novela, que le da sentido, como ese otro hilo le da sentido a la cometa o el plano se lo otorga al edifico antes de ser construido. Hay un gran trasfondo ahí detrás, siguiendo ese hilo, rememorando. Dos Españas (y no me refiero ahora a cuestiones políticas, o no sólo a ellas) que chocan, que chirrian a ratos, que conforman un mundo que era así, como se plantea, y que sirve para que la protagonista vaya descubriendo las cosas como son o como eran, quién sabe. También, hay que decirlo, dos Españas que avanzan juntas, y no siempre -o no del todo- cada una por su lado (la evolución del personaje de la madre de la protagonista, obligada a adaptarse a algunas circunstancias para las que no fue educada -una separación, por ejemplo-, puede explicar bien esto). Y con ello, con esas dos Españas (¿aún vigentes? quizá sí, aunque de otro modo: o eso queremos imaginar, pese a los tiempos), dos tipos de hombres y de mujeres cuyo recuerdo está aún muy presente en los que vivimos épocas parecidas en la infancia o la juventud, años arriba o abajo, aquí o allá. El mundo de los descubrimientos, de aquellas cosas que los mayores decían en voz alta y aquellas otras que se silenciaban, se susurraban o se insinuaban más o menos veladamente. Los años de formación. Las historias y los secretos que se descubren, que se van descubriendo, con el transcurrir del tiempo. Y los recuerdos -reales o inicialmente edulcorados, suavemente deformados por los años, como corresponde- que, con el paso de ese tiempo, los van arropando. Los recuerdos que tejen esa tela que explica a la perfección lo que fuimos y en lo que nos hemos ido convirtiendo hasta el día de hoy. Ahí es nada.
Aunque de otra manera, ya había tocado Freixas este tema (los familiares de una y otra provincia, ese contraste) en la que, junto a esta que ahora nos ocupa, considero su mejor narración hasta la fecha, "Adolescencia en Barcelona hacia 1970", una especie de memoria personal que adquiría la dimensión de un retrato generacional. La fascinación por observar esas cosas que ocurren más allá de tu cuarto o del círculo cerrado que lo conforma y la galería de personajes que te vas encontrando en ese viaje. Ése, el de los personajes, es otro de los logros de esta narración: su variedad y en ella, de nuevo, el contraste. Ese contraste tan bien explicado, como antes mencioné, en el personaje de la madre de la protagonista: tan llena de contradicciones, tan humana por eso precisamente. Y en cómo, al ir asumiendo esas contradicciones, se va convirtiendo en alguien más cercano para su hija. Pero hay más -sobre todo femeninos-, muchos más, y cada uno a su manera va explicando y dando sentido a la propia vida de la protagonista, Áurea, a la mujer en la que se ha ido convirtiendo. Esa vida que ahora, junto a Claire, su interlocutora silenciosa, rememora. Hilos que, como siempre, van tirando de otros hilos -de la adolescencia a la edad adulta- y que demuestran que eso de que los otros son más felices no es siempre más que una apariencia y un bonito título.
No sé si es la mejor novela publicada el año pasado en este país, pero sí sé que es una de ellas.






2 comentarios:

  1. Ovidio, tú acabas de tirar de otro hilo, el de la intriga, el de la pasión, el de la impaciencia por adquirir dicho libro y, hacer junto a la protagonista, el mismo viaje. ¡Magnífica reseña, amigo!

    ResponderEliminar
  2. Acabo de leer esta novela este finde, es el libro que elegimos en el Taller de lectura, me ha gustado mucho. La he leido de corrido, rápidamente, entusiasmada por el monólogo de Áurea, impaciente por descubrir los secretos de los Soley. Me ha gustado mucho, ahora tengo que hacer una segunda lectura para profundizar un poco en algunas cosas, pero me ha encantado. Mis amigos no se creían que la hubiera leido tan rápido acompañada de mi padre en el lugar más bonito del mundo, una botella de sidra, viento fresco y la primavera que ya ha llegado ¿para quedarse? Un beso

    ResponderEliminar